Historia
9 de septiembre de 2011

Sarmiento, el brío del estilo

Prof. María Gabriela MIZRAJE

"En esa escuela del culto del coraje, formó a sus orgullosos jinetes y con ellos lo venció". La frase no es de Borges, es de Sarmiento, refiriéndose a Urquiza, triunfando sobre Rosas.

Sarmiento viene galopando desde el fondo de la historia y de los trazos de su pluma inquieta todo lector puede apreciar el ritmo, la vivacidad, el colorido, los períodos clásicos (o neoclásicos) conviviendo con las leyes del romanticismo, párrafos que construyen el imperio de las cláusulas retóricas, cláusulas que se llenan de énfasis, énfasis que se llenan de vida.

Lucio V. López, el conocido autor de La gran aldea, supo emularlo en sus pasajes de la prensa. Sarmiento -bajo el ala de la gratitud por el amigo que estaba reemplazándolo en la redacción de El Nacional- llegó a considerar igualable su propio estilo periodístico. Sin embargo, justo es decir algunas cosas. López, gran escritor, era un excelente imitador de quien se propusiera; por su lado, como toda escritura potente, la de Sarmiento, tan sensual como efectiva, despertando admiración invita involuntariamente a la copia. Sarmiento, quien ya desde las páginas de Facundo responde -como no podría ser de otro modo- a marcas estilísticas de su tiempo, también se aparta de ellas, con una personalidad escrituraria inconfundible, con un sello único.

Esta suerte de yerra literaria hace de la forma un reducto más de la fuerza, del casticismo una gallardía de señor bien educado de provincia; de la argumentación sostenida, un arma poderosa de persuasión; de los largos períodos de sus oraciones tendidas como los rieles que propuso construir, atravesando por tramos el mapa de sus escritos con la satisfacción de quien va viendo a su propio paso la obra realizada por sus manos, de esos largos períodos, en suma, un ejercicio del aliento que no desfallece, ahínco de la pluma esgrimida como un arma (tal la metáfora tantas veces usada, que él mismo se encargó de acuñar para sí).

Afirma en carta a López del 22 de junio de 1879: "Si ha sido sin intención que ha reproducido mi estilo, reconozco que el espejo era sin tacha y la luna sin torceduras. Si me tomó por modelo del género, me hace gozarme en la idea de que tiene cualidades y forma definitiva". Así, con buen humor, capitaliza lo que otros hubiesen lamentado como un abuso, sin dejar de señalar con ello que se ha apercibido del hecho.

Sarmiento, que se abre paso con valor entre las lenguas extranjeras para ensanchar sus posibilidades de lectura, tiene una pluma versátil, todos los temas le importan. Ya observa en calidad de viajero o nativo; ya mira como Presidente, ya como Gobernador, ya con el parsimonioso cuidado que correspondería a un intendente (es lo que hace, por ejemplo, en sus recomendaciones a propósito de la festividad del 9 de Julio de 1888), ya como Inspector, ya como maestro. Así amplía o achica la lente según los momentos.

Es detallista, le importan las pequeñas cosas, pues podría afirmarse sin mucho riesgo que guarda una filosofía al respecto, por la cual éstas son expresión y simultáneamente sostén de las grandes cuestiones. Es por ello que conoce a pie juntillas un terreno -el de San Juan- y lo explora con sus palabras una a una, o bien se anticipa sobre otro que no conoce suficientemente y de manera compensatoria también se aplica a juntar los pies para cruzarlo de la mejor manera posible, más explicativa, más espléndida -tal el emprendimiento de su texto capital de 1845, cuando aún no ha recorrido los llanos de la pampa.

Su escritura lo acompaña en esas expansiones y focalizaciones de su espíritu con una fidelidad tal que se diría padre de la gimnástica propia de grandes autores clásicos del mundo griego o de los latinos de la Roma imperial. Pues hay una propensión natural a la escritura en él, un ímpetu irrefrenable, por lo que aquello que sus detractores han definido como derroches de megalomanía puede, en cambio (y, en mi criterio debe) ser leído como riqueza. Don y voluntad, un par de claves vitales de ese hombre, son lo que una escritura nunca logra fingir, y Sarmiento los posee, en abundancia.

Tiene, además, una gracia increíble. Es ésta la que consigue mantenernos asomados a sus libros sin aburrirnos, sin abandonar, a pesar del tiempo transcurrido. La pasión que lo alimentó es la que, transferida, despierta el interés abierto, en unos para amarlo, en otros para vituperarlo. En su espontaneidad volcánica, en lo que sus escritos traducen como llamas estilísticas está todo el temperamento del hombre y la fuerza del escritor. Sarmiento avanza a pasos voraces en sus propósitos y en sus páginas, y como él mismo contara alguna vez en una carta a Ignacio Flores escrita en 1888, se levanta como un "Salta Perico" cada vez que se cae.

Antecedente del Pedro B. Palacios que supo admirarlo, con similar alma fuerte se yergue por encima de las vicisitudes, porque el hálito que lo anima es superior a ellas (que no son pocas ni débiles), notablemente siempre.

Sarmiento revisa sus andanzas y realiza con cierta asiduidad referencias a sus escritos, se autocita o se alegra por la aparición de unos u otros. En sus últimos tiempos celebra "la llegada de La Madrid, con mis escritos para ayudar a los emigrados", pero clarísimamente señala un límite, que deplora: "no viene la acción personal, para mover los ánimos". La literatura ayuda y el ejemplo vivo (la acción) mueve: ésta es su síntesis. Si sólo ofrecen sus páginas pero no acompañan con ellas la encarnación del coraje, el paradigma está incompleto.

De entre todas, parece preferir, en la ancianidad, las destinadas a la política argentina, que constituyen el tomo sexto de las Obras Completas (editadas por Ley de la Nación Argentina del año 1884). Por encima de sus artículos literarios o de sus textos relativos a educación, más allá de las biografías célebres que escribe, de sus Recuerdos de provincia o sus discursos parlamentarios, sobre sus polémicas como Las ciento y una, sus reflexiones acerca de las costumbres, su fantasía sobre la nueva capital de la República llamada Argirópolis, sus cartas de Viajes o sus análisis panamericanos, son las "calientes páginas" de la Política arjentina -tal cual su grafía- las que se llevan su respiración de un modo singular. Y es imposible recorrerlas y no contrastar su propia definición candente con las críticas a un "corazón helado", "espíritu calculador", "fríamente feroz", en los años de su más álgida oposición a Juan Manuel, en la década de 1840.

Entre tantas pasiones, también la naturaleza, por ejemplo, va a arrancarle brillos poéticos a su tinta desbordante. Recuerda en el invierno de 1881, en carta a Onésimo Leguizamón, que el padre de éste, mientras lo visitaba en el carretón de la imprenta que Sarmiento había cargado desde Chile, recitaba, en tiempos de la Campaña en el Ejército Grande, párrafos de nuestro boletinero describiendo el Pasaje del Paraná y que esto, a juzgar por el militar como por muchos otros, "es de lo mejorcito que trazó mi pluma". Sarmiento admiraba el flujo de los ríos, y la corriente del Paraná además de un bello paisaje constituía una promesa de progreso, por la navegabilidad y el comercio incesante; a su vez, Martiniano Leguizamón "admiraba el brío del estilo" de Sarmiento. "El sol de ayer ha iluminado uno de los espectáculos más grandiosos que la naturaleza y los hombres pueden ofrecer -el pasaje de un gran río por un grande ejército". He aquí su épica, narrada desde el Cuartel General de Diamante, en la Navidad de 1851.

Mirando así sus textos, con ojos propios y ajenos, Sarmiento no ignora el alcance de su palabra. Ni siquiera el lugar de algún yerro, la condición de lo perfectible que toda obra conlleva. Se hace cargo incluso de la falla ligera que la prosa veloz, la urgencia de los acontecimientos o el exceso de pasión pudieran dictarle, pero sabe que valen mucho más su frescura y su fuerza, su reflexión y su espontaneidad, su comprensión panorámica y su trabajo con lo específico, su proyecto descomunal y su atención a lo minúsculo.

Sus interrogaciones retóricas guardan el secreto del fulgor de una clave, tal lo que percibe como enigma de la argentinidad en Facundo; sus exclamaciones son signo de la indignación o de la dicha pero sobre todo del ímpetu, de la exhortación, de la esperanza, como expresión ya de sus propias posibilidades de realización (en tanto escritor y hombre público), es decir de su grandeza, o ya, fundamentalmente, de la gloria del país con la que no deja de soñar y por la que hasta el fin sigue luchando.

Acertando aquí y allá no, joven o viejo, proscripto o en el seno de la patria, pluma o espada en mano, Sarmiento actúa y escribe, según su propia convicción, hasta en las piedras. Moviendo y conmoviendo hasta los bloques de granito, como una luz terrible, que evoca y arenga sin descanso, para que sacudiendo cualquier ensangrentado polvo, surjan las entrañas de un noble pueblo.

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Prof. María Gabriela MIZRAJE:
Escritora, docente-investigadora Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (UBA).
Contacto: magamizraje [at] gmail [dot] com