Historia | Sociedad
23 de marzo de 2016

Medios y Dictadura, a 40 años del 24 de marzo de 1976

Prof. Julio MENAJOVSKY

Mucho se ha escrito y debatido en relación al papel que jugaron los medios de comunicación durante la dictadura. De manera coincidente aunque con diferentes matices prevalece la idea que quienes usurparon el poder y lo ejercieron impiadosamente durante ocho años no encontraron en los principales medios de comunicación un obstáculo para sus fines, sino todo lo contrario.

Esa aseveración dominante en numerosas y destacadas investigaciones provenientes entre otros del ámbito académico no excluye reconocer la existencia de más de un centenar de periodistas desaparecidos en ese mismo período, junto al cierre de diarios y revistas. Esos ejemplos que aún hoy despiertan nuestra admiración y reconocimiento, junto a quienes debieron exiliarse y padecieron cárcel dan cuenta del precio que debieron pagar por su apego a la verdad y el digno ejercicio de la profesión quienes no se disciplinaron mansamente al poder dictatorial.

El golpe antes del golpe

Desde mediados de 1975, en los medios gráficos, hubo un sistemático despliegue de imágenes de desabastecimiento en góndolas y negocios, de edificios destruidos, de violencia y caos generalizado. Junto a cuanta fotografía sirviera para ridiculizar a la presidenta y sus ministros se instauró un verdadero clima de agobio propicio para que el golpe del 24 de marzo apareciera como una solución deseable y razonable.

En las últimas horas de la tarde el 23 de marzo podía leerse en la portada del vespertino La Razón que “Es inminente el final” y como subtítulo en un cuerpo de letra más grande aún que “Todo está dicho”. No será la excepción esta retórica en los medios donde un enunciador tácito revela y consagra aquello que sin ser nombrado no deja de ser dicho.

"Reina absoluta calma"

En los titulares del 24 de marzo y días subsiguientes los principales medios informaban el súbito orden y normalidad que empezaba a gozar la Argentina. Prácticamente al unísono pudo leerse que "Hay un nuevo gobierno" (Clarín, 24/3/76) y al día siguiente "Total normalidad. Las Fuerzas Armadas ejercen el gobierno" (Clarin, 25/3/6). Para La Nación del día 24, a horas del derrocamiento y detención de la presidenta durante la madrugada "Es inminente la asunción del poder por las Fuerzas Armadas" (La Nación 24/3/76). El 25 confirma que "Asumieron el poder los tres comandantes generales" (La Nación 25/3/76). En páginas interiores del vespertino La Razón de ese mismo día en gran despliegue se afirmaba que "Va retornando el orden en Buenos Aires" acompañado de fotos donde se ven "espontáneos" ciudadanos limpiando frentes de edificios y barriendo veredas, concurriendo a sus trabajos, circulando sin inconvenientes por las calles de la ciudad. Sin que la expresión golpe de Estado fuera pronunciada, ni críticas o condenas por el asalto al poder mediante la fuerza. Los editoriales de diarios como La Prensa, La Nación, Clarín, La Opinión destacaban la situación límite a la que se había llegado como causante de la decisión tomada por la FF AA, abriendo expectativas por el comienzo de un nuevo Proceso.

Reforzado por la ausencia de derramamiento de sangre en las calles ni reportes de disturbios, al menos de manera visible para las cámaras de los fotógrafos y de la televisión, el discurso excluyente fue el de la normalidad. Las fotografías publicadas en esos días mostraban detalles de la asunción de los nuevos dueños del Poder como un acto de rutina revestido de austeridad burocrática, de rostros adustos e imperturbable prolijidad. Lo contrario del caos y la improvisación naturalizando así la gravísima alteración del orden constitucional que entre otras detalles nada menores clausuraba el parlamento y la actividad política, intervenía universidades y sindicatos. El llamado a elecciones previstas para la primavera de ese mismo año quedaba suspendido al tiempo que se remplazó de un plumazo a los miembros de la Corte Suprema de Justicia. Mientras centenares de ciudadanos, la mayoría de ellos delegados fabriles, estudiantes, militantes sociales y políticos o simplemente sospechosos de mantener vínculos con la guerrilla eran arrancados de sus casas y lugares de trabajo, en procedimientos viciados de absoluta ilegalidad, para nunca más aparecer según consta en documentos y actuaciones judiciales.

Los desaparecidos como entelequia sin representación

Como contraparte de lo visible en las páginas de los principales medios que no obstante publicaba reportes sobre desaparición de personas, hallazgos de cadáveres, presentación de habeas corpus, etc. fue notoria la ausencia de fotografías acompañando esas noticias. La falta de imágenes merece nuestra atención porque la clandestinidad del accionar de los grupos de tareas y la existencia de los casi 500 centros ilegales de detención, de tortura y finalmente de ejecución de las víctimas en elevadísimo porcentaje, solo sería posible a condición de que tales crímenes fueran invisibles. De ese modo la censura y autocensura, consecuencia del clima impuesto por quienes detentaban el poder fue a su vez la condición necesaria para que la "guerra antisubversiva" pudiera llevarse a cabo.

En efecto, esa estrategia tuvo como característica principal la negación sistemática de los actos aborrecibles que se estaban llevando a cabo. De este modo la ausencia de fotografías que pudieran ser utilizadas como documentos sobre la desaparición forzada de personas debía ir en paralelo a la desaparición de los cuerpos de las víctimas, cerrando así el círculo de negación y ocultamiento. De este modo los desaparecidos se convirtieron, en el discurso mediático, en una entelequia sin representación.

El principio del final

El mundial de futbol a mediados de 1978, la visita de la Comisión de DD HH de la OEA al año siguiente y finalmente la Guerra de Malvinas encontró a esos mismos medios oscilantes entre el discurso patriotero de un nacionalismo exacerbado y la necesidad de diferenciación ante las primeras fisuras visibles que estallaron al interior del poder militar. El creciente estado de movilización de diferentes sectores que reclamaban el fin de la tiranía, las revelaciones del horror padecido por miles de víctimas en los centros clandestinos cada vez más audible hizo posible que el pañuelo de las Madres y Abuelas poco a poco fuera poblando las páginas de diarios y revistas. De este modo el irremediable descrédito y aislamiento de los militares constituyó un punto sin retorno para sostenerse en el poder.

En torno a la responsabilidad de los medios y su papel durante la dictadura se debate y se debatirá aun mucho más porque su participación e incidencia no fueron neutrales ni accesorias, como hemos tratado de señalar. Estas líneas solo pretenden aportar al debate abierto en múltiples ámbitos y foros que incluyen desde lo académico hasta el judicial (a partir de revelaciones en torno a la transferencia de acciones de Papel Prensa a los diarios La Nación y Clarín, en 1977) porque resulta imprescindible la construcción colectiva de las herramientas que torne irrepetible aquel ominoso pasado.

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Prof. Julio MENAJOVSKY:
Profesor  titular del Taller de Fotografía, Carrera de Comunicación Social, Facultad de Ciencias Sociales, UNICEN.
Contacto: menajulio [at] gmail [dot] com