Ciencia | Historia
18 de agosto de 2015

Los 30 años del IEHS

Dra. Sara ORTELLI

La casa de mi abuela guardaba algunos tesoros. Recuerdo la radio de madera en la que ella y mi tía Teresa habían escuchado radioteatro en los años cuarenta del siglo pasado, o el baúl que había llegado desde Suiza en barco junto con el reloj de péndulo cuando la familia cruzó el Atlántico allá por 1900. Pero los objetos que más me llamaban la atención desde que era chica, eran dos libros intitulados Historia de las Civilizaciones, dedicados a la historia antigua de Oriente y Europa. A ellos volvía una y otra vez, hojeando sus páginas plagadas de ilustraciones maravillosas, de colores intensos, que retrataban hombres y mujeres, escenas de guerra y de la vida cotidiana, mapas, mares y desiertos; mundos tan diferentes al mío, lejanos en el tiempo y en el espacio, protagonizados por sociedades que me parecían extrañas y fascinantes. Muchas veces, a lo largo de mi vida, cuando me pregunté por qué elegí ser historiadora, me pareció que en esos encuentros con la historia de la antigüedad hubo una primera pulsión a estudiar las sociedades del pasado. Y, un poco más tarde, lejos de desvanecerse, esa pulsión se vio reforzada por las clases de la profesora Marta Giachetti, en la Escuela Normal, a quien yo escuchaba extasiada, mientras nos hablaba del mundo árabe en la España medieval y proyectaba diapositivas de la Mezquita de Córdoba. Fue en esos tiempos cuando decidí que iba estudiar historia. Así fue como, unos años más tarde, con la misma convicción y animada por un papá que siempre decía “hay que ir a la Universidad”, ingresé a la Facultad de Ciencias Humanas de la UNICEN.

Corría el año 1986 y eran momentos muy trascendentes para las universidades nacionales. El país había salido de la larga noche de la última dictadura cívico-militar, y habían comenzado a reconstruirse las instituciones sobre un tejido social profundamente herido y diezmado, pero al mismo tiempo esperanzado en la nueva etapa. En ese devenir, algunos jóvenes y entusiastas profesores, graduados y estudiantes avanzados de la carrera de historia de Tandil tendieron puentes con varios colegas que habían sufrido exilios internos y externos, y lograron reunir a un grupo académico y humano que nutrió la carrera con su excelencia profesional, fundó un Instituto de Investigación a fines de ese año y, un poco más tarde, inició la edición de una revista científica, el Anuario del IEHS.

Fue en ese contexto privilegiado -el de una carrera normalizada por los concursos docentes y enriquecida por el caudal de recursos académicos de excelencia que se habían asentado en ella- en el que tuve la enorme fortuna de comenzar a aprender qué es esto de “hacer historia”, como una profesión pero, también, como una forma de vida. A fines de 1989 me integré como ayudante alumna a la cátedra de Historia Antigua, de la que era titular Raúl Mandrini. Ahí estaba, quizá, el eco de los libros que tantas veces hojeara en casa de mi abuela… Y, casi simultáneamente, comencé a ser asistente de investigación de Juan Carlos Garavaglia y Juan Carlos Grosso, en su proyecto sobre los archivos parroquiales de la Tepeaca del siglo XVIII mexicano. Con el correr del tiempo, la docencia se enfocó a la Historia de América Prehispánica y, a partir de la invitación del Profesor Mandrini a escribir en coautoría el libro Volver al País de los Araucanos y de la incorporación al Programa de Historia Indígena y Frontera que dirigía en el IEHS, fui orientando mis intereses de investigación hacia la historia indígena de la región pampeano-patagónica y a la discusión conceptual del denominado “proceso de araucanización”, cuestión que quedó plasmada en la tesis de licenciatura. Aquellos fueron años riquísimos, de crecimiento intelectual y personal, en un IEHS que era uno de los motores y los bastiones de la renovación historiográfica que se había comenzado a producir en el país a partir de 1984. Las líneas de investigación que se desarrollaban en nuestro instituto eran señeras y en ellas comenzaron a formarse jóvenes graduados y algunos estudiantes, que perfilaron a partir de allí sus carreras de posgrado en ámbitos nacionales e internacionales.

En mi caso, una vez finalizada la etapa de grado, la posibilidad de hacer el doctorado en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México fue un verdadero parteaguas, no sólo en mi formación profesional sino en todos los órdenes de mi vida. En esa instancia, lo que en principio sería una estancia de dos años para llevar adelante la parte escolarizada del programa de doctorado, se convirtió en un período más prolongado. México era un país fascinante, heterogéneo, vibrante; era imposible permanecer indiferente a su riqueza social y cultural, a sus contrastes, a su densidad. Así que decidí escribir la tesis doctoral sobre México e inicié una investigación sobre la frontera norte de Nueva España en el siglo XVIII. El resultado final fue tributario de reflexiones en torno a las hipótesis y los problemas historiográficos que había desarrollado en Argentina y estuvo en gran parte inspirado en las investigaciones realizadas sobre Araucanía y las pampas. Esta mirada de los problemas fue aplicada a la investigación en archivos generales y locales del norte de México y contribuyó a repensar problemas y procesos que no parecían satisfactoriamente explicados por las historiografías mexicana y estadounidense, las que más asiduamente habían trabajado la región y el periodo de estudio. Así, la investigación se vio enriquecida por el análisis de problemas tales como la construcción del enemigo, los beneficios y las ventajas que habría significado el estado de guerra endémica, las formas de violencia y criminalidad que desplegó la sociedad norteña colonial, los problemas en torno a la justicia y el castigo, y las clasificaciones etnopolíticas. En 2003, como un signo de los nuevos y promisorios vientos que soplaban en el país, el regreso me brindó la posibilidad de incorporarme al CONICET como investigadora de carrera.

En este recorrido, que significó estar alejada de Argentina y del IEHS durante un tiempo prolongado y en varias oportunidades, se fueron tejiendo lazos internacionales, se fue forjando un diálogo con otras historiografías y se trató de ir consolidando una mirada anclada en la historia latinoamericana y dedicada fundamentalmente al estudio del periodo colonial. Ésta fue, desde sus inicios, una de las tradiciones más fuertes de nuestro instituto, aunque en la actualidad, por esos ires y venires de la historiografía, de la política y de los intereses investigativos de las generaciones más jóvenes, no sea un período demasiado visitado. Y, es que, a treinta años de aquellos primeros pasos institucionales y personales, mucha agua ha corrido bajo el puente y muchos cambios han tenido lugar, no sólo en lo que hace a los temas y problemas de investigación. Las distintas miradas que los gobiernos de turno ensayaron en torno al papel y al lugar de la educación superior y de la investigación en nuestra sociedad tuvieron repercusión directa e indirecta en nuestra labor como docentes e investigadores. Hubo tiempos promisorios, que alentaron la construcción colectiva, y otros más difíciles, de “vacas flacas”, signados por todo tipo de carencias. A pesar de esto, y de la proliferación de centros de investigación, universidades y revistas científicas, en este devenir, nuestro Instituto y el Anuario, como en los últimos años también el Doctorado en Historia, han sido -y continúan siendo- referentes ineludibles de la producción académica de nuestra área de estudio, con trascendencia nacional e internacional.

En el camino hubo, también, recambios generacionales, algunos colegas abrazaron proyectos diferentes y se insertaron en nuevos ámbitos académicos, otros se jubilaron, algunos siempre están retornando y otros se fueron para siempre, aunque nunca los vamos a olvidar y atesoremos recuerdos, momentos y sensaciones de su paso por Tandil y de la época que compartieron con nosotros… Como aquélla, cuando flotaba en el IEHS ese olorcito tan rico a tabaco de pipa, que nos avisaba que el Profesor Juan Carlos Grosso había llegado al instituto.

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Dra. Sara ORTELLI:
Prof. y Licenciada en Historia, UNICEN. Doctora en Historia, El Colegio de México (México).  Profesora del Área de Historia Americana en la FCH/UNICEN. Investigadora CONICET. Miembro del IEHS-IGEHCS/CONICET-UNICEN. Vicedirectora del IEHS.
Contacto: saraortelli [at] yahoo [dot] com