Cultura
27 de abril de 2011

Libros, lengua, vidas, conexiones

Dr. Héctor F. RANEA SANDOVAL

"No nos damos cuenta,
pero nuestra riqueza respecto del analfabeto
(o del que, alfabeto, no lee)
consiste en que él está viviendo y vivirá sólo su vida
y nosotros hemos vivido muchísimas. (…)
El libro es un seguro de vida,
una pequeña anticipación de inmortalidad..."

Umberto Eco.

Mientras pienso en los sentidos de la frase del epígrafe me viene la idea de cómo sería de arduo escribir la biografía de aquellos lectores que vivieron sus vidas incentivados por esas lecturas que, al decir de Eco, anticiparon de modo humilde pero efectivo su inmortalidad. Sería, creo, un verdadero laberinto de existencias conjeturales, experimentadas durante la lectura y disfrutadas como reales cuando el autor tiene la facultad de transportar su imaginación a la del lector que las vive y saborea. ¿Cómo podría describirse la existencia de una persona que haya leído novelas, cuentos, poemas y libros de texto en los que aprende a vislumbrar mundos ignorados hasta entonces? ¿Qué podría decirse de esa persona si se sintió el bombero arrepentido en Fahrenheit 451, varias páginas “antes” de que efectivamente Montag se arrepintiera en la novela de Bradbury?

Y así podría seguir hasta un número tan grande de vidas vividas a través y con los personajes de novelas que se confunden con la vida misma ya que, finalmente, esos universos descubiertos, esos personajes imaginarios terminan por fundirse de tal forma en la persona lectora que resultan inescindibles de su “propia” vida.

Hasta ahora el libro, desde el tiempo de Gutenberg, fundamentalmente, ha traído este beneficio indudable a los humanos. El futuro no lo puede conocer nadie, pero hay quienes abogan por imponer los libros electrónicos, las bibliotecas en red y otras combinaciones tecnológicamente más avanzadas, pero lo cierto es que, hasta ahora, el vehículo más idóneo para la cultura universal ha sido el libro y, mientras persista la desigualdad tecnológica que el actual sistema político universal está imponiendo, no se conjetura un competidor en el largo plazo.

No se me escapa que este artículo que estoy escribiendo está diseñado para dos soportes: el informático a través de la red de mi Universidad y de papel, en uno de los matutinos de Tandil y que eso constituye una señal, a la vez, de lo imparable de la literatura electrónica y del innegable aporte de la secular hoja de papel. Tampoco olvido que el día que se celebra está relacionado con la muerte de varios escritores fundamentales para la historia de la literatura, o al menos con la evocación de las mismas. Y más allá de que hubiera preferido escribir sobre el nacimiento de un libro y no hacer referencia a la muerte de ningún escritor, es imprescindible formular bien las preguntas sobre el libro, sobre la lengua. Y el contexto.

Empiezo, entonces, por el nacimiento de conexiones. No tiene nada que ver con el día 23 de abril, o casi. Un día como ése, esto es casualidad, fue fundado el Instituto en el que trabajo —el ahora Instituto de Física “Arroyo Seco”— y para conmemorar sus 25 años, en 2008, se organizaron diversos festejos, a raíz de los cuales conocí a un escritor, experto en Literatura de Ciencia Ficción, Sergio Gaut vel Hartman, con quien en estos años hemos formado una red, un conjunto de conexiones activas, entre treinta y dos escritores y escritoras de lengua castellana, formando así un Grupo, denominado “Heliconia Literaria” en referencia al planeta de ficción de Brian Aldiss. El Grupo funciona esencialmente en la red, usando esa nueva manera de expresión moderna de la Literatura que son las bitácoras personales o blogs.

Lo peculiar de Heliconia es que gestiona tres blogs de narrativa y uno de poesía y lo hace desde la convocatoria a terceros, el pedido de permisos de reproducción de sus obras, la edición, la selección y la publicación del material en forma democrática y personalizada desde una perspectiva colectiva. Y ya que escribo de conexiones, un dato: casi seiscientos escritores de muchos países han publicado más de diez mil narraciones en tales blogs, lo que revela al menos dos cuestiones importantes: la relevancia que le dan a este sistema los escritores y la confianza que tienen en un grupo que ofrece la publicación después de un proceso de selección como el planteado.

Esta serie de conexiones no parecen incluir sólo los libros, sólo la literatura. Sin embargo, la presencia de Heliconia no sólo ha generado, por la sinergia inherente a las actividades colectivas, un indisimulado amor por los libros y las bibliotecas que provocó este espacio, una saludable avalancha de interés, pulsión, empatía, sino que, por añadidura, dio cabida a todos quienes tienen interés de publicar en castellano (de hecho, hay, por ejemplo, autores de EE. UU. de habla inglesa, italianos, escritores del Norte de África y hasta un poeta uzbeco, pasando por autores de las Filipinas y de varios otros países, todos debidamente traducidos por gente designada por ellos mismos) y con presencia relevante de autores españoles, peruanos, nicaragüenses, chilenos y mexicanos, muchos integrando directamente Heliconia, dando muestra del ineludible destino integrador de la lengua.

Menciono esta experiencia porque, de hecho, una buena parte de esos autores participan también en un proyecto de publicaciones, esta vez en soporte papel, con colecciones de novelas, cuentos, narrativa brevísima y poesía que tiene ribetes de originalidad respecto de los sistemas conocidos de publicación. Como se ve, nadie abandona el papel, el libro.

¿Y por qué la insistencia en el libro? Soy de los que creen que el libro no tiene sustituto. Tiene competidores que más bien lo complementan pero no pueden suplirlo. Se podrán armar vastas bibliotecas en un espacio comparable a lo que hoy es un bolsillo, incluso una uña, pero esto requiere una plataforma que no siempre se puede garantizar en países en desarrollo o subdesarrollados. E incluso en muchos desarrollados no se tiene la tecnología para suplir la falta del gran dador de tecnologías si éste llegara a faltar por el motivo que sea. Todas las acciones de los escritores van en pos del libro de papel. Estar en el papel garantiza una lectura sostenida, aunque tal vez no tan extendida en el globo si no se es un autor de fama universal. En términos prácticos, además, todavía poca gente podría leer de un tirón novelas como Ulysses, de James Joyce en un monitor, por cómodo que sea el ambiente de trabajo. Incluso Moby Dick, de Herman Melville podría resultar tediosa en un libro electrónico, al menos por ahora. Y ni qué decir de la actual competencia por los costos de esos libros, aunque no descarto sorpresas agradables en ese rubro.

Claro está que el aprovechamiento de la red de redes es un hecho que debe comenzar a entenderse cabalmente y para usarla con eficacia y sabiduría, pues se puede, entre otras cosas, obtener bibliografía que era inaccesible para la mayoría hace menos de un cuarto de siglo. En esos beneficios se puede insistir sin temor a la fatiga y en ese sentido hay aspectos positivos insoslayables a cualquier análisis respecto, por ejemplo, del programa “Conectar Igualdad” del Gobierno actual. Pero es necesario tener en cuenta que no por tener acceso a Internet se derogaron de un plumazo los intermediarios, ya que quien provea la tecnología manejará el futuro, mientras que el libro, por requerir tecnología ya adquirida hace siglos, podrá mantenerse con intermediarios sustituibles.

Por último señalo que, además del día del libro, la UNESCO hace un lugar en la misma fecha para debatir sobre los derechos de autor. Por eso prefiero que se recuerde el 23 de abril como el día de la lengua, como propone Cuba. Es difícil decir qué se entiende por derecho de autor desde el punto de vista del escritor. Hay tanta bibliografía al respecto que resulta difícil hacer una síntesis. No se trata de hacer una disculpa a la piratería bajo ningún punto de vista, pero convengamos que tampoco es culturalmente redituable que se confundan los derechos del autor con los de las editoriales o que estos derechos impidan el uso de cierto material (dentro de las normas de preservación del derecho moral de autoría, desde ya).

Este problema se extiende a los trabajos científicos y en esa situación queda obvia y transparente la aseveración, ya que desde el inicio de la publicación, la propiedad intelectual queda traspasada obligatoriamente a la editorial, que dispone del uso del material en posteriores trabajos y/o libros, lo que hace más difícil su uso y difusión, cosa contraria al espíritu de una publicación de este tipo.

En cuanto a novedades en modalidad de publicaciones, también en el mundo científico estamos asistiendo a un fenómeno interesante, cual es el de las publicaciones con opciones de referato público y en línea. Esto seguramente traerá transparencia en ese aspecto tan controversial de la etapa de producción de un trabajo científico. Pero ése es un tema diferente, del que seguramente pronto la comunidad científica comenzará a hablar y mucho.

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Dr. Héctor F. RANEA SANDOVAL:
Profesor Titular, Fac. Cs. Exactas (UNICEN), Investigador Independiente CONICET, Miembro del IFAS.
Contacto: hranea [at] exa [dot] unicen [dot] edu [dot] ar