Educación | Historia
29 de mayo de 2014

La Universidad inicial: una historia de luchas y quijotes

Daniel Eduardo PÉREZ

El organismo fundacional, originado en la Comisión Promotora de Estudios Universitarios, integrado con la presidencia del Dr. Osvaldo M. Zarini por los profesores Francisco Serrano, Manuel Naveiro, Marta Hargouas, Enrique Dabós, Lisardo Cabana, Elsa Zubillaga y María T. Suárez García de Roca concretó el sábado 30 de mayo de 1964, en el colmado Salón Blanco de la Municipalidad, a las 18,30, la inauguración oficial del Instituto Universitario de Tandil.

En ese histórico acto hablamos varios, pero sin dudas el discurso más relevante fue el del Presidente de la Fundación y rector del recién creado Instituto, el Dr. Zarini, quien en un párrafo dijo aquellas palabras proféticas que señalan aún el camino: “La semilla está plantada en buena tierra, cuidemos su germinación. Nosotros abrimos las puertas de una modesta realización con la esperanza de que los continuadores extenderán el surco y conformarán la huella, ensanchándola, para que transiten por ella las futuras generaciones”.

Las clases de la Facultad de Ciencias del Hombre -la primera del Instituto inmediatamente devenido en Universidad- dieron comienzo el 5 de junio de 1964, en la casona alquilada a los hermanos Tangorra ubicada en Gral. Rodríguez 1036.

Allí, quienes apostamos al futuro con desprendimiento, esperanza y visión, alumnos y docentes, transcurrimos días de lucha y de esfuerzos para lograr primero que Tandil creyera en el emprendimiento que acababa de nacer y luego, para ayudar a consolidar a la flamante institución.

Así lo entendieron también los profesores fundadores: el Dr. Ernesto E. Borga, en Sociología; la profesora Emilse Cersósimo, en Literatura; el Dr. Juan J. González y Cobarrubias, en Filosofía; el Dr. Horacio Amigorena, en Psicología y el Dr. Benjamín García Holgado, en Historia y sus ayudantes, los profesores tandilenses Elsa Marelli, María Inés Alonso, Elsa Zubillaga, Francisco Serrano y, naturalmente, el mismo Dr. Zarini.

Público en su espíritu aunque de gestión privada en su mantenimiento económico, el Instituto Universitario, lentamente comenzó a latir en la conciencia colectiva.

Para quienes iniciamos los estudios en esa inolvidable casa, fue una experiencia que quedó marcada en nuestras vidas porque a las dificultades que se oponían, se enfrentaban las expectativas y esperanzas académicas de los estudiantes que, en aquellos primeros profesores provenientes de las Universidades de Buenos Aires y La Plata, encontramos, entre sorprendidos y admirados, la presencia y la palabra, en clases “magistrales”, de docentes brillantes como el Dr. Borga o el Dr. González y Cobarrubias, que nos llevaron al descubrimiento de horizontes intelectuales hasta entonces no visualizados.

El nivel académico que el Dr. Zarini deseaba alcanzar en el flamante Instituto quedó manifestado en su discurso inaugural cuando expresó: “avanzaremos con lentitud y seguridad sin abandonar nunca las normas sustentadoras de nuestra acción: seriedad, responsabilidad y jerarquía universitaria”, lo que se hizo carne en los docentes que año a año venían con grandes dificultades de todo tipo para dejar la huella de su sapiencia y de su metodología. El Dr. Borga, la Dra, Minutolo y el profesor Vedoya, el Dr. García Holgado, el Dr. Amigorena en Ciencias del Hombre; los Dres. Galli y Castro en Exactas, los Dres. Vasena, Domenech, Magnasco y el padre Berté en Veterinarias, los Dres. Arreghini y Pérez Alfaro en Económicas y muchos más, nos abrían las mentes.

Las preguntas y respuestas, los exámenes parciales o finales donde era de rigurosa exigencia escribir o hablar con propiedad, nos formaron en un convencimiento de llegar a la ciencia con modestia y sin concesiones, con tal de conocer y respetar la verdad.

Aquellos primeros años fueron de experiencia en un camino nuevo que aunaba el acercamiento al conocimiento con la formación académica y el esfuerzo conjunto para llevar adelante a la universidad.

Presidí el primer centro de estudiantes, cuyo objetivo en aquel contexto era, fundamentalmente, aunar esfuerzos para mantener viva la universidad con el máximo nivel académico que el fundador Dr. Zarini y sus colaboradores, se impusieron.

Inteligentemente el Dr. Zarini apuntó a comenzar con las ciencias sociales o humanísticas para inmediatamente agregar la economía y las ciencias exactas y después las ciencias veterinarias, apuntando a las necesidades de la región. Era una concepción académica integradora de las ciencias más importantes, en su idea sobre el desarrollo regional: la educación y la historia, el sector económico, el incipiente comienzo de la informática y el apoyo al desarrollo agropecuario.

La tarea de titulares y ayudantes -al comienzo no había adjuntos- fue en los primeros años valiosa en la orientación intelectual y en la búsqueda bibliográfica, dado que todavía no había librerías con textos universitarios en la ciudad y la incipiente biblioteca poseía escasos volúmenes y no se disponía de sumas importantes para adquirir nuevos títulos.

Las copias mimeográficas eran, por entonces, la salvación, aunque de mala calidad (las fotocopias casi no estaban difundidas). Con ellas y los apuntes que tomábamos en las clases de los titulares y ayudantes, preparábamos nuestros exámenes, parciales escritos y los finales orales de las materias, todas ellas anuales. Por entonces el tradicional bolillero era de uso riguroso en aquellos momentos iniciales. La computadora, Internet, celulares y demás, eran ilustres herramientas desconocidas…

El valor del cara a cara con los profesores, que no nos tuteaban, y la convivencia casi familiar con ellos y los demás estudiantes de todas la facultades, dado que convivíamos en espacios comunes, se acrecentaba con el cafecito en el precario bar instalado en el garaje de la casa de la calle Pinto, donde la maternal predisposición de doña Laulhé hacía más llevaderas las horas hasta la noche, especialmente en el invierno.

El contacto diario con los no docentes-amigos y el trabajo adicional en tareas de colaboración con el personal, enriquecieron nuestra formación en un clima de estudio, solidaridad y algo más.

No podemos dejar de señalar el valor que la Universidad en sus tramos iniciales le dio a la labor de extensión, con conferencias, cursillos, mesas redondas y paneles, que tenían por objeto el acercamiento mutuo entre la sociedad y la institución.

Más allá de los conocimientos específicos de nuestras carreras, bebimos de los valores que engrandecen el espíritu, desde el nacimiento mismo de nuestra universidad y los postulados que sostuvieron los fundadores. Fue un plus que atesoramos y que los estudiantes incorporamos, con los años, de aquella Universidad inicial que quedó marcada a fuego en nuestras vidas.

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Daniel Eduardo PÉREZ:
Escritor y periodista. Primer presidente del Centro de Estudiantes del Instituto Universitario de Tandil.
Contacto: depegon [at] hotmail [dot] com