Historia
12 de mayo de 2010

La escuela y las fiestas. La educación en Tandil 1854-1875

Mag. Daniela URDAMPILLETA

Durante la segunda mitad de siglo XIX hasta 1875, año en que se sancionó la ley provincial de Educación que centraliza el sistema educativo, el pueblo de Tandil tuvo características con respecto a la educación que se asemejaron en cierta forma al sistema educativo norteamericano. Su característica de descentralización, de participación plena de los vecinos notables en las decisiones y prácticas que constituían el mismo; en este caso las fiestas patrias; hicieron que escuela y comunidad estuvieran absolutamente integradas: la escuela cruzaba la comunidad y la comunidad cruzaba la escuela.

En este artículo se intenta rememorar dos de las prácticas antes mencionadas a fin de repensar hacia el pasado la relación escuela sociedad que aparentemente hoy se encuentra en crisis.

La sociedad de la frontera

El origen del pueblo de Tandil se remonta a la fundación del Fuerte Independencia por la expedición militar comandada por el gobernador Martín Rodríguez en abril de 1823, formando parte de la expansión territorial de la época. El destacamento de frontera estaba destinado a proteger las nuevas tierra ganaderas al sur del río Salado de las incursiones indígenas por lo que su población debió cumplir el doble papel de barrera de seguridad y de avanzada en la conquista territorial.

Hacia los años finales de la década de 1840, cuando el inmigrante danés Juan Fugl llegó al pueblo, éste era apenas un caserío entre las sierras que, a la distancia bien podía confundirse con una estancia. Dentro del fuerte no había más que precarias construcciones militares de piedra, tierra y paja, seis o siete pulperías y una fila de ranchos en la parte central que más tarde se convertiría en la plaza. A finalizar la gobernación de Rosas, Tandil seguía siendo una zona de frontera, un fortín en la avanzada contra el indio, pero si bien era un núcleo de población escasa y sometida a permanentes inestabilidades, empezaba a perfilarse como uno de los principales centros de abastecimiento de bienes y servicios del sur de la provincia de Buenos Aires. Durante los casi treinta años que mediaron entre Caseros y el ascenso de Roca al poder, el pueblo registró un crecimiento constante, sobre todo después de 1857.

En los años que median entre la llegada de Juan Fugl a Tandil, y la del inmigrante español, Manuel Suárez Martínez, en 1865, la fisonomía del pueblo no había registrado mayores cambios, todavía "era un poblado de pocas construcciones, de tres o cuatro cuadras de edificación regular" en medio del "campo abierto". Sin embargo, entre los años finales de la década de 1860 y mediados de los años 1870, el pueblo fue modernizándose con la construcción de un nuevo edificio para el juzgado de paz y la municipalidad, el cementerio, el alumbrado público, la oficina de telégrafos, la inauguración de una sucursal del Banco Provincia, el empedrado de las calles y el edificio de la iglesia. Para entonces el pueblo era un importante centro de actividad económica, con hoteles, fondas, treinta almacenes y más de cien establecimientos comerciales, y con una campaña en la que aumentaban los planteles ganaderos, sobre todo los ovinos. Estas transformaciones generaron el surgimiento de nuevos sectores sociales en los que se insertó la mayoría de la población extranjera.

En ese inestable contexto, los vecinos debían procurarse una estructura de instituciones que garantizara el funcionamiento de ese mundo local. La municipalidad con sus autoridades, la iglesia, la escuela, la defensa del pueblo y la policía, iban organizándose, con muchas dificultades, al amparo de una legislación provincial que no dejaba de destacar la importancia que todas esas instituciones tenían para lograr estabilidad y atraer a la población nativa y extranjera que tan fácilmente se dispersaba tras los malones o las amenazas de conflicto.

Hasta mediados de los años 1870, ese mundo local estuvo a la vez cercano y distanciado de la política nacional y provincial. Presente cada vez que la gobernación necesitaba de los recursos que la campaña podría ofrecer en hombres y ganado especialmente, o cuando desde Buenos Aires se nombraban los jueces de paz o los comandantes de la guardia; distante cuando pedían recursos y recibían por respuesta sólo palabras de aliento o, peor aún, una legislación que intentaba regular el funcionamiento del poder local o de algunas instituciones básicas como la escuela coartando la participación de parte de los vecinos, como los extranjeros por ejemplo, cuya colaboración era tan necesaria para hacer frente a las múltiples necesidades que surgían en aquella sociedad en construcción. Ante este panorama, los representantes del poder local (abrumados por las responsabilidades generadas por la creación de una base institucional en un pueblo de frontera y, sobre todo, por la falta de respuestas del gobierno provincial) estimulaban a los vecinos a participar en comisiones municipales que se encargaban del fomento de la educación, de la construcción de puentes, del trazado de caminos, de los servicios de patrulla y defensa, o del traslado de cadáveres "desperdigados aquí y allá" al primer "campo santo" delimitado en el pueblo.

Si bien, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, el estado comenzaría a definir un control centralizado de la educación en el caso de la provincia de Buenos Aires con la sanción de la ley de educación de 1875, por ejemplo , en las décadas que siguieron a la caída de Rosas en particular las de 1850 y 1860 la incapacidad material sumada a las enormes distancias que separaban a Buenos Aires de los centros poblados del interior de la provincia otorgó a las municipalidades y a sus comisiones de vecinos un papel central en la construcción de una primer organización escolar para los pueblos de la campaña. En materia de educación, como en tantos otros ámbitos, el gobierno de la provincia no podía avanzar mucho más allá de un discurso que impulsaba la creación de escuelas primarias y que, retomando las ideas de Sarmiento, destacaba la importancia de educar para civilizar.

Esas ideas tuvieron eco entre los vecinos de Tandil quienes, ante la incapacidad que el Estado provincial presentaba para hacer llegar los fondos necesarios para construir el edificio de la que sería la primera escuela o para asegurar la contratación de un maestro y el pago de su sueldo, en 1854 crearon, a instancias del gobierno municipal una comisión de instrucción pública que se encargó no sólo de conseguir el espacio físico para la escuela, sino también de imponer entre los padres el hábito de asegurar a sus hijos una educación al menos elemental y de conseguir maestros y dinero para el sueldo. En ese año, la gobernación había autorizado la creación de una escuela ante el pedido de las autoridades municipales preocupadas por la cantidad de niños en edad escolar que vivían en Tandil y que no recibían ningún tipo de instrucción. Si la autorización de la gobernación llegó con celeridad, los fondos para poner en marcha la escuela se hicieron esperar largamente, transformando a aquella disposición provincial en un mero papel sin sentido. Pero las autoridades municipales no se resignaron y organizaron una colecta entre los vecinos, igual a la que estaba teniendo lugar para construir una iglesia y restaurar el fortín. El malón de 1855, detuvo las iniciativas y el proyecto de la escuela fue retomado recién en 1857 cuando el pueblo comenzaba a recuperarse lentamente de las consecuencias de la incursión de los indios y sobre todo del éxodo de población que había sufrido. Los notables de la comunidad peregrinaban por el pueblo buscando colaboraciones, como lo hacían para el hospital de hombres o el de mujeres, e intentando asegurarse que los padres enviarían a sus hijos a la escuela, un hábito que había que desarrollar en un mundo rural donde la educación no tenía valor para la mayoría de las familias, más preocupadas en aprovechar la fuerza de trabajo que sus hijos proveían que en enviarlos a la escuela. Así recordaba Juan Fugl de los esfuerzos que junto con sus compañeros de la comisión educadora realizaban ante el desinterés de los padres porque sus hijos fueran a la escuela: "Visité entonces a familias que tenían hijos varones, toda gente muy modesta, y procuré convencerlos de que mandaran sus hijos a recibir instrucción. Pero no era empresa fácil (...) que eso era algo inútil, y que sus hijos sólo necesitaban aprender a trabajar y a rezar el Padrenuestro. Además decían que los hijos se les habían dado para que al crecer ayudaran a sus padres en el trabajo, como pago por su comida y su ropa”.

En este contexto de dificultades para la instalación de la escuela y para que ella se hiciera parte de la cotidianeidad de la comunidad las fiestas patrias constituían un espacio de encuentro entre la escuela y la comunidad.

La escuela en la comunidad. Las fiestas patrias

Las fiestas, tanto las que recordaban los hitos de una historia nacional (que por aquellos años estaba en gran parte en construcción), como las que evocaban grandes fechas de otras naciones, constituyeron un lugar de encuentro entre la comunidad y la escuela, y entre las tradiciones populares y los nuevos rituales patrios que en la última mitad del siglo XIX fueron imponiendo un sentido de nacionalidad que sirvió como aglutinante social.

Si bien como sostiene Lilia Ana Bertoni en su trabajo sobre la construcción de la nacionalidad, antes de 1880 las escuelas no eran aún un ámbito fuertemente asociado con la simbología patria, las fuentes revelan que los alumnos de las escuelas de Tandil durante los años que abarca este estudio, participaban regularmente de las ceremonias conmemorativas del 25 de Mayo. De hecho, esta era la única fiesta patria que se celebraba siguiendo un calendario oficial del gobierno provincial. Sin embargo, no se trataba de una ceremonia patriótica ritualizada, sino más bien de una fiesta popular centrada en la diversión del público y en su participación. Las fiestas mayas convocaban el entusiasmo popular de la comunidad que se reunía en la plaza del pequeño poblado a ver los fuegos de artificio o a escuchar a la banda de música. Si durante el período en estudio ese fue el tono general de la celebración del 25 de mayo, hacia mediados de los años 1860 se empieza a advertir la preocupación del estado por reglar algunos aspectos de estas fiestas. De tal suerte, en 1865 una circular del Ministerio de Gobierno, regulaba el izamiento de banderas en los poblados de la campaña durante la semana de mayo. El texto del documento oficial advertía que la práctica de izar banderas en las casas particulares en los días de alguna conmemoración nacional se "ha degenerado", dado que "hay en cada habitante ostentación del país de su nacimiento, tributando así homenaje a sus gobiernos en lugar de la deferencia que debieran al del país que habitan y bajo cuyas leyes y protección viven". Se decretó entonces abolir las disposiciones de poner banderas en las casas particulares, debiendo izarse solo la nacional en los establecimientos públicos, cuando hubieren de celebrarse fiestas o conmemoraciones patrias.

Consideradas como "(...) el suceso más venerable de la historia del país... aquel en que por vez primera fue lanzada al espacio la palabra Libertad.", las fiestas mayas convocaban la atención de los vecinos y la participación de los alumnos de las escuelas del pueblo. Las celebraciones eran costeadas por la Municipalidad que organizaba a tal fin una comisión de fiestas a cargo de la elaboración del programa de actividades. La conmemoración comenzaba el 23 de Mayo y se continuaba al día siguiente con una corrida de sortija. La escuela participaba recién el día 25, cuyo acto central era el saludo al Sol en su salida entonando el Himno Nacional cuya ejecución musical estaba a cargo de la Banda de la Guardia. Entre tanto, en la Municipalidad se preparaba una mesa con servicio de chocolate para homenajear a los participantes y luego se asistía al Te Deum. A las dos de la tarde comenzaba nuevamente una corrida de sortijas, actuaba una compañía de gimnasia y la jornada festiva finalizaba con fuegos artificiales y baile popular.

En los años 1860 y 1870, la fiesta que conmemoraba el día de la declaración de la Independencia en Tucumán, todavía no tenía el lugar central que iba a ocupar en los calendarios oficiales a partir de la década de 1880. Sin embargo, las escuelas y los vecinos de Tandil participaban anualmente de una celebración que invocaba justamente los valores de la libertad y la independencia, ya que cada 4 de julio el pueblo se engalanaba con banderas, y la municipalidad convocaba a celebrar el día de la independencia de los Estados Unidos. A través de estos festejos las autoridades intentaban destacar rasgos a imitar en otros pueblos "libres, civilizados y ejemplos claros de democracia".

En estas fiestas la presencia del Estado se limitaba a la designación que la Corporación Municipal realizaba de los integrantes de la comisión de fiestas y a la presencia del juez de paz y de los concejales en los actos centrales. Además, lo militar, que sería un componente tan importante en las conmemoraciones patrias a partir de los años 1880, estaba sólo representado por la banda de la Guardia y por las autoridades de la Comandancia de la frontera.

Si las fiestas mayas eran un lugar de encuentro e integración de la comunidad, su principal objetivo era el de inculcar valores que ayudaran al desarrollo de un sentido de pertenencia y de una identidad nacional. De tal suerte que la participación de los alumnos de las escuelas era una preocupación central en la medida en que no sólo se buscaba inculcar en ellos hábitos de regularidad y disciplina, sino también a medida que nos acercamos a los años 1880 desarrollar una conducta cívica y una conciencia de pertenencia al país y a la nación.

En el mundo de la campaña de la provincia de Buenos Aires la escuela fue transformándose en muchos aspectos una institución central de la comunidad cuya vida y devenir atravesaba en muchas ocasiones la vida de los vecinos, volviéndose un centro de aquella comunidad que medía sus vínculos cara a cara, donde al parecer todos se conocían. En este sentido, las fiestas patrias en su carácter popular, más que operar como eslabones de la memoria nacional, eran espacios donde se afianzaban por un lado los lazos que unían a los vecinos y por otro, donde se construía quizá antes que una identidad nacional un sentido de la importancia de la educación como medio de civilización de un mundo que aunque daba pasos firmes hacia la modernidad, aún tenía mucho de barbarie, de inestabilidad y de amenaza. Recordemos tan sólo la matanza de extranjeros cuyo liderazgo se atribuyó por el Tata Dios aquel 1 de Enero de 1872, o los recurrentes rumores de avance de los indígenas hacia aquel pueblo de "blancos" que se repiten una y otra vez en la correspondencia del Juzgado de Paz de Tandil, aún hasta mediados de los años 1870.

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Mag. Daniela URDAMPILLETA:
Facultad de Ciencias Humanas y Escuela Nacional Ernesto Sabato
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