Ecología
3 de junio de 2011

La cuestión ambiental y los desastres naturales en la primera década del siglo XXI

MSc. Elsa Marcela GUERRERO

De acuerdo con el epistemólogo y ambientalista mexicano Enrique Leff “la cuestión ambiental es eminentemente social” (1986:19) (I). Dicho planteo caracteriza y describe en forma comprensiva el estado de arte actual sobre la problemática ambiental. Pero también implica la inclusión de la temática en el debate internacional y local, “politizándolo” y permitiendo considerar otras dimensiones de la crisis ambiental que afecta el planeta.

Denominar “cuestión” a la problemática ambiental implica necesariamente demandar y establecer agenda para los problemas ambientales a nivel global y local procurando fortalecer al mismo tiempo, los espacios políticos para el desarrollo de estrategias tendientes a contrarrestar la crisis

Que sea una cuestión “social” por su parte, pone en evidencia las inequidades socioambientales asociadas a la crisis y, la desigual afectación y condiciones de vulnerabilidad, a las que están expuestos los habitantes de los países más pobres.

Pero además, la cuestión ambiental, más que una problemática ecológica, es una crisis del pensamiento y del entendimiento, de la ontología y de la epistemología con las que la civilización occidental ha comprendido el ser, a los entes y a las cosas; de la racionalidad científica y tecnológica con la que ha sido dominada la naturaleza y economizado el mundo moderno; de las relaciones e interdependencias entre estos procesos materiales y simbólicos, naturales y tecnológicos (Leff, E. 2007) (II).

En las últimas décadas diferentes catástrofes naturales han tenido lugar en el mundo afectando e impactando diferencialmente a poblaciones con distintas condiciones de desarrollo/subdesarrollo. Existen evidencias que los efectos generados por estos fenómenos naturales reproducen las desigualdades del desarrollo e impactan de diferente forma a los países y sus poblaciones. También dan cuenta de la baja calidad de la información en materia ambiental y de la falta de “control” de la incertidumbre asociada a los fenómenos naturales. Incertidumbre que es la peor forma de ignorancia, la estocástica, es decir la ignorancia a la “n” (Funtowicz, S. y Ravetz, J., 1997) (III) que representa la ausencia de conocimiento científico sobre un tema. Analizamos brevemente algunos ejemplos notorios en este sentido.

El huracán Mitch del año 1998 fue el segundo huracán más mortífero de la vertiente atlántica del que se tiene constancia, con vientos sostenidos de 290 Km/h como velocidad máxima, dejó tras de sí a 18.000 muertos en América Central entre el 22 de octubre y el 5 de noviembre de 1998. Sólo ha sido superado en número de muertos por el Gran Huracán de 1780. Las graves consecuencias del Mitch no fueron producidas por los fuertes vientos registrados sino por las inundaciones que provocaron grandes deslaves. Sólo en Honduras y Nicaragua las pérdidas materiales alcanzaron al menos 5 mil millones de dólares.

El Huracán Katrina ocurrido en el mes de agosto del año 2005 afectó los estados de Bahamas, Florida, Louisiana y Mississippi causando la muerte a 1.836 personas y daños materiales por 75 mil millones de dólares, convirtiéndose en el huracán más costoso en la historia de los Estados Unidos.

También podemos considerar los efectos ambientales de los terremotos de Haití y Chile ocurridos en 2010. En el caso de Haití, el país más pobre de América Latina, los efectos del terremoto -con una magnitud de 7 en la escala Mercalli- han sido devastadores. Los cuerpos recuperados al 25 de enero de ese año superaban los 150.000, calculándose que el número de muertos excedería los 200.000. Mientras que en el terremoto de Chile, con una magnitud de 8,8 en la misma escala, las víctimas fatales alcanzaron de un total de 525 fallecidos. Cerca de 500 mil viviendas sufrieron daños severos y se estima un total de 2 millones de damnificados, en la peor tragedia natural vivida en Chile desde 1960. Si bien pueden considerarse comparables por la intensidad de los sismos, resultaron extremadamente diferentes en términos de pérdidas humanas y daños materiales.

Finalmente se debe mencionar al reciente terremoto de Japón y su triple desastre ambiental (terremoto, tsunami y explosión nuclear). El terremoto del 11 de marzo del 2011 tuvo una magnitud de 8.9 en la escala abierta de Richter con una duración de 2 minutos. Además trajo como consecuencia un tsunami con olas que superaron los 10 metros de altura. Las pérdidas materiales son infinitas. De acuerdo a la BBC del 12 de marzo, el terremoto, que habría dejado más de 1.000 muertos, produjo daños en los sistemas de refrigeración de dos centrales atómicas. En ambos casos los mecanismos de refrigeración de los reactores sufrieron desperfectos por interrupciones en la energía después del movimiento sísmico, algo que no fue considerado en los análisis de riesgo asociados a estas catástrofes. Japón un país con tradición en gestión del riesgo asociado a terremotos, habría tenido en cuenta la ocurrencia de sismos, y de tsunamis, pero no pudo prever asociarlos además a cortes de luz y fallas en reactores nucleares por calentamiento frente a la ausencia de suministro eléctrico.

En estos pocos ejemplos se pone en evidencia una relación indirectamente proporcional entre las condiciones de desarrollo, el monto de los daños materiales y la pérdida de vidas humanas que impactan en los países afectados por las catástrofes naturales que reclaman discusión y establecimiento de agenda; y por otra parte cómo la calidad de la información y el manejo de la incertidumbre juegan en la gestión del riesgo ambiental. Paradójicamente estos desastres provocan más daños materiales en países desarrollados y generalmente se trata de riesgos previsibles entre ellos las muertes que representan desde el punto de vista del análisis y control del riesgo “costos asumibles”; sin embargo en los países pobres los daños materiales se reducen en términos crematísticos mientras que las muertes son “incontables” principalmente porque nunca se logra determinar exactamente cuantas vidas se perdieron.

Desde el punto de vista de la gestión de riesgo en desastres, un país en desarrollo como Japón pudo planificar ciudades antisísmicas que resistieran y redujeran los efectos del número de muertos, si bien existen tecnologías para amortiguar el impacto de los tsumanis, lo que no se pudo “controlar” fue la combinación de tres desastres que unidos potenciaron los efectos sobre la población japonesa.

No obstante, las consecuencias ambientales en los países pobres se magnifican en términos en pérdidas de vidas humanas, pero presentan bajos daños materiales, mientras que en los países ricos las muertes son mínimas y “esperables o previsibles” en relación a la magnitud del desastre pero cuantiosos en términos  materiales.

Notas

  (I) Leff, E. (Compilador)  Sociología y ambiente: formación socioeconómica, racionalidad ambiental y transformaciones del conocimiento. En Ciencias sociales y formación ambiental. Editorial GEDISA, 1986.

  (II) Leff, E (coord.).  La complejidad ambiental. Gaia Scientia, 1(1): 47-52 47. 2007.

  (III) Funtowicz S. y J. Ravetz. Problemas ambientales, ciencia post-normal y comunidades de evaluadores extendidas. En ciencia tecnología y sociedad González et al editores, Editorial Ariel. 1997.

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MSc. Elsa Marcela GUERRERO:
Magíster en Economía Ecológica y Gestión Ambiental (UAB, España) y Magíster en Gestión Ambiental del Desarrollo Urbano (UNMdP, Argentina); Directora del Centro de Investigaciones y Estudios Ambientales (CINEA), Facultad de Ciencias Humanas.
Contacto: marguerr [at] fch [dot] unicen [dot] edu [dot] ar