El ocaso de los tiempos modernos
De ese “espíritu de finura” que enmarca la obra del filósofo italiano Romano Guardini, pretendemos tan solo difundir algunas de las propuestas que sin duda el hombre de nuestro tiempo -nosotros- tendremos que asumir y quizá trasmitir, para no seguir perdidos en esa prolongación racionalista de la modernidad.
Para Guardini, hay un peligro, que va más allá de las dificultades particulares, que la ciencia y la técnica no hayan podido superar, y que surge de lo que constituye uno de los elementos fundamentales de toda acción humana, esto es: el poder.
Todo poder, para Guardini significa ser amo de lo dado y ello se ha verificado en un grado decisivo; el hombre tiene en gran medida en sus manos, los efectos directos de la naturaleza, pero no los efectos mediatos. El hombre posee poder sobre las cosas, pero digámoslo con más confianza, señala Guardini, no tiene poder sobre el poder. Para él no existe garantía alguna de que la libertad adopte en este sentido una decisión justa. Lo que puede producirse es solo una posibilidad; y ella estriba en el hecho de que la buena voluntad se convierta en una disposición espiritual, en un carácter, en una actitud. El hombre de los tiempos modernos, no está preparado para seguir el desmesurado aumento de su poder. Aún no existe una ética concebida y eficazmente acuñada del empleo del poder y menos aún una educación sobre esto, ni en una elite ni en la totalidad. Podemos afirmar por eso, siguiendo a este autor de profundo pensamiento, que a partir de ahora comienza una nueva era de la historia. A partir de ahora y para siempre el hombre vivirá al borde de un peligro que amenaza toda su existencia y que crecerá sin cesar.
El problema capital, alrededor del cual habrá que girar el futuro trabajo de la cultura y de cuya solución dependerá todo, no solo el bienestar o la miseria, sino la vida y la muerte, es el poder.
Si lo que el hombre de siglos pasados produjo para establecerse era cultura, lo que hoy tenemos frente a nosotros, es efectivamente algo diferente, su esfera existencial es otra, otro su carácter y otra cosa aquella de la que depende.
Así la virtud dominante deberá ser ante todo la seriedad, que quiera la verdad. Esa seriedad deberá buscar qué cosa está realmente en juego a través de todas las charlas sobre el progreso y el conocimiento total de la naturaleza y asumirá la responsabilidad que le impone la nueva situación.
La segunda virtud será para Guardini la valentía. Una valentía sin patetismos, espiritual, personal y opuesta al caos amenazante. Tendrá que afrontar al enemigo universal, es decir, el caos que surge de la obra humana misma, y, como toda valentía realmente grande, tendrá en contra a los muchos, a la opinión pública y a las mentiras condensadas en los lemas y las organizaciones.
Y hay que agregar una tercera virtud, el ascetismo. A los tiempos modernos el ascetismo le suscita un sentimiento de completa aversión; al ser como la quintaesencia de todo aquello que sugiere librarse. Por ello, surge una suerte de abandono interior al sueño y una entrega a sí mismo.
La libertad de esta suerte adquirida, podrá aplicarse entonces seriamente a las decisiones reales; y esa libertad transformará el sencillo coraje en verdadera valentía y desenmascarará los heroísmos aparentes, en nombre de los cuales el hombre actual enceguecido por absolutos ilusorios, se deja sacrificar. De esto habrá de nacer para Guardini un arte espiritual de gobierno en el que el poder reinará sobre el poder. Y encontrará la medida y creará el esfuerzo del trabajo y del combate, una esfera en la que el hombre podrá vivir con dignidad y alegría. Solo esto será el verdadero poder.
Así, esta articulación de convicciones últimas, puedan hacer de nuestra circunstancia vital, la unidad de un mundo o universo.
Quizá sea esta búsqueda un noble intento, para ir dejando atrás, algunos esquemas de la modernidad.
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