Historia | Sociedad
30 de mayo de 2012

El movimiento piquetero como transformador social

Dr. Astor MASSETTI

El retorno de la democracia allá por 1983 fue mucho más que el fin del período más oscuro de nuestra historia: trajo consigo la esperanza de un nuevo renacimiento. Al fin la Argentina podría avanzar hacia un modelo de sociedad más justa, empezando por el respeto por la vida. Con la democracia, se come, se cura y se educa decía por entonces Alfonsín. Sin embargo esa dictadura infame había dejado marcas difíciles de obviar. Un aparato represivo que a fuerza de levantamientos logró sortear a la justicia y se trasformó en un actor político que acorraló a la democracia. Nuevas elites habían emergido en los ’70: el sector financiero también hizo sentir sus fauces; nuestro país y la región caían en una espiral hiperinflacionaria que condenó rápidamente al hambre a prácticamente toda la población. El mundo, habiendo decretado el fin de la guerra fría con victoria para “occidente”, avanzaba sin frenos hacia un reforzado paradigma liberal-conservador.

En ese clima de caos y desesperanza una nueva clase política emerge para regodearse de ser la discípula dilecta. Desde los saqueos de 1989 a los saqueos del 2001 la sociedad Argentina vio como se dinamitaban los pilares sobre los cuales se erigía toda la vida social. La industria se desmoronaba a favor de los negociados financieros y una importación desenfrenada. El Estado perdía sus recursos estratégicos, reducía al mínimo su responsabilidad en los servicios esenciales a su población y abandonaba a su suerte a todo damnificado: no se reguló ni el comercio, ni el empleo; la educación y la salud fueron tratadas como mero negocio. En los grandes centros urbanos el empleo se hizo más precario, más inestable y con sueldos más bajos. Decenas de pequeños pueblos a lo largo de la argentina, creados en función de la explotación de hidrocarburos, dejaron de tener su fuente de sustento.  Ser jubilado era ser pobre. Ser niño era ser pobre. El desempleo que históricamente rondaba los 7 puntos trepó hasta el 18 %: en cada familia había al menos un desocupado; y en un tercio, el desocupado era el padre de la familia.

La sociedad Argentina a pesar de los cantos de sirena publicitarios, a pesar de los electrónicos baratos y la facilidad de viajar al exterior para un segmento social; no se mantuvo indolente. Algunos gremios resistieron las privatizaciones pero no alcanzó. Los docentes iniciaron su proceso de lucha en 1994 y recién levantaron su “carpa blanca” casi una década después, sin obtener respuesta. En Jujuy los gremios estatales lograron la renuncia de dos gobernadores, y el que vino fue igual. En Santiago del Estero se rebelaron en contra del abuso de poder de los terratenientes de siempre. Los empleados estatales iniciaron un largo proceso de reconstrucción de la representación de los trabajadores con la fundación de la CTA ya a principios de los noventa. Los jubilados peticionaban frente al congreso. Pequeños destellos de una resistencia al neoliberalismo que sin embargo parecían no tener efecto en una sociedad embobada por los cantos de sirena de la “argentina del primer mundo”.

Es entonces que en tres pequeños pueblos fábrica ypefianos aparece un nuevo fenómeno. Mosconi, Tartagal y Cutral-Co se resisten a sucumbir frente a la cínica indiferencia del poder político; y reclaman, se rebelan. Exigen puestos de trabajo. Exigen un compromiso. El gobierno provincial no puede contenerlos y el gobierno nacional responde represivamente. 1995 muere Víctor Choque, el primer asesinado por razones políticas de la democracia. Sin embargo la resistencia no cede. Toda la población en estos pequeños pueblos se suma a las barricadas que cortaban las rutas nacionales. Entonces ocurre algo inesperado: una jueza a cargo del operativo de desalojo de las rutas nacionales evita la represión y ordena el retiro de gendarmería; reconociendo que eso de lo que estaba siendo testigo era mucho más que una acción de protesta: sedición, lo tipifico; es decir desconocimiento de las autoridades como tales.

Los medios tomaron la protesta de esos pueblos como un rara avis. Su curiosidad morbosa trataba de encuadrar eso que ocurría en los márgenes del marketing comunicativo; buscaban un nombre, una forma de simplificar lo que ocurría. Primero ensayaron el nombre de “fogoneros” inspirados en los fogones que usaban los pobladores en los cortes de ruta para calentarse a la noche; pero pronto comenzaron con el mote de “piqueteros”. Esos mismos medios transmitieron en vivo el momento en que la jueza ordenaba el retiro de esas tropas anti-pueblos. Y transmitieron para todo el país los abrazos y las risas que a los gritos anunciaban un cambio: ¡ganamos!

Esa primera victoria fue vista en todo el país por quienes combatían el hambre de sus hijos con comedores comunitarios. También la vieron aquellos que habían hecho una larga experiencia con las tomas de tierras al sur del conurbano bonaerense. Y también las nuevas organizaciones sindicales y las viejas agrupaciones de izquierda. Como una epifanía, esa imagen televisiva se resumió en una clara estrategia: este es el camino. Cortar “rutas” (o avenidas), autodenominarse “piqueteros”, apelar a la falta de empleo, incluso taparse la cara y, por que no, llevar palos se transformó en una forma de evocar esa victoria con un objetivo claro: resistir.

Sobre la base de cientos de pequeñas organizaciones barriales comienzan a agruparse organizaciones capaces de discutir de igual a igual con los distintos niveles de gobierno. En 1999 ya logran “sitiar” la Ciudad de Buenos Aires. Organizaciones como la CCC, la FTV de D`Elía y otras adquieren presencia en casi todo el país. Y participan en experiencias como el Frente Nacional contra la Pobreza (FRENAPO) que, a penas unos días antes de la caída de De la Rúa, junta 3.000.000 de firmas para instaurar un subsidio a la pobreza. Pero no solo eso: comedores, merenderos, bloqueras, carpinterías, “roperos”, e incluso centros de atención primaria y hasta una línea de colectivos muestran la intensidad y la amplitud de las redes comunitarias que sustentan todo este proceso de politización de la pobreza urbana en nuestro país en el período que va desde 1989 hasta 2001.

El gobierno de la Alianza por supuesto que ve su fin tanto por sus acciones como sus inacciones. La corrupción política que supone aceptar sobornos para legislar en contra de los intereses del pueblo o la incapacidad de revertir la política económica para evitar el deterioro de las condiciones de vida son explicaciones que por si mismas podrían marcar su fracaso. Sin embargo la cruenta represión con 20 personas asesinadas por las fuerzas de seguridad demostró que esa clase política tenía intenciones de continuar con el proyecto de desprecio por la población que muchas veces se denomina neoliberalismo.  Duhalde intentó tan sólo aggiornar esos mismos criterios. Salir de la convertibilidad y volver al control de la clase política los designios de un país en bancarrota. Los parches y contenciones como el necesario plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados (que llegó a 2 millones de argentinos) tan sólo fueron un paliativo al hambre que arreciaba.

La resistencia política en el 2002 sin embargo era mucho mayor. El país sensiblemente había adoptado a los “piqueteros” como un síntoma y como un símbolo. A pesar, claro, del intento de estigmatización: que si cortan las rutas o las avenidas el “ciudadano”, la “gente de bien” no puede ir a trabajar… Sin embargo eso tampoco fue suficiente para frenar la demanda organizada: hacía falta continuar con la muerte. Kosteki y Santillán, dos militantes, dos jóvenes fueron el objetivo en ese plan macabro. La sociedad argentina no lo soportó. Luego de su asesinato Duhalde debió abandonar su proyecto de perpetuarse en el interinato; y a pesar de contar con la complicidad mediática (Clarín titulaba: la “crisis” ha producido dos nuevos muertos) tuvo que llamar apresuradamente a elecciones.

Piqueteros o el “piqueterismo” es el nombre que nos viene a la cabeza cuando vemos emerger políticamente, en los espacios públicos, en los medios, a cientos de organizaciones barriales que se organizan hace más de 15 años para resolver colectivamente las necesidades más urgentes en cada barrio. Son fruto del vacío, del hambre, y de la capacidad humana de resolver solidariamente sus urgencias. Como dimensión política tiene un doble carácter transformador: como resistencia a ese vacío y hambre, y como combate a los principios políticos que lo generan. Es comparable por eso con otras experiencias latinoamericanas que tienen esta segunda dimensión: el movimiento cocalero y en general campesino en Bolivia, el PT de Lula y el MST en Brasil, los movimientos indígenas Ecuatorianos, el Frente Amplio y la FULTRAN en Uruguay y hoy el movimiento estudiantil en Chile. Movimientos Sociales que se han negado a la paz de los cementerios neoliberal; aportando así un impulso clave para el cambio político en nuestra región a partir del nuevo milenio.

Luego de 20 años del retorno democrático, en el 2003 la Argentina comienza a recuperar las esperazas en las instituciones públicas: buen manejo macroeconómico que impacta positivamente sobre el empleo y sobre el salario, recuperación de recursos estratégicos y servicios públicos, leyes de ampliación de derechos ciudadanos, mayor cobertura asistencial especialmente dirigida a los niños y los ancianos, anulación de las leyes que cerraron los juicios a los genocidas, son algunas medidas que explican por qué el “piqueterismo” cambia de sentido; pero las organizaciones que lo sustentaban no desaparecen. La emergencia en el espacio público y mediático en esa clave no es ya una necesidad para lograr interlocución con el Estado. Las organizaciones barriales se articulan más y mejor con las políticas públicas asistenciales e incluso algunas organizaciones llevan adelante experiencias de gestión pública con buenos resultados. El “piqueterismo” como estrategia de representación política hoy no tiene sentido, al menos no el mismo sentido que tenía hace ya más de una década atrás. Hoy la politización de las capas populares, y su capacidad de transformar el país,  pasan por otro lado.

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Dr. Astor MASSETTI:
Investigador del CONICET y del Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG). Docente y Coordinador del Departamento de Sociología de la  Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP). Publicó los siguientes libros: Piqueteros: Protesta Social e  Identidades Colectivas (2004); La década piquetera (2009); Los movimientos sociales dicen (junto con Marcelo Gómez, 2009); La protesta social en la Argentina de Hoy (comp. Junto a Ernesto Villanueva, 2007); y Movilizaciones, Protestas e Identidades  Políticas en la Argentina del Bicentenario (comp. Junto a E.  Villanueva y M. Gómez, 2010).
Contacto: astor_massetti [at] hotmail [dot] com