Sociedad
15 de julio de 2015

El futuro de nuestros suelos a la luz del modelo sojero

Ing. Agr. (MsSc) Eduardo REQUESENS

El proceso conocido como “agriculturización” abarca la expansión de las fronteras agrícolas y la intensificación productiva en búsqueda de mayores rendimientos de los cultivos. El componente expansivo del proceso involucra cambios en el uso de la tierra, término referido a la utilización del suelo para diversas actividades productivas tanto en la dimensión espacial como en la temporal. El componente intensivo involucra cambios tecnológicos entre los que se destacan el reemplazo de la labranza convencional por siembra directa, el desarrollo de nuevos materiales genéticos y el aumento en la utilización de agroquímicos. Dado que el cultivo de soja ha sido el principal responsable de este proceso, en la actualidad se ha popularizado también el término “sojización”.

De los datos sobre el cultivo de soja extraídos del Sistema Integrado de Información Agropecuaria del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación SIIA, se desprende que durante los 15 años previos a la difusión de los cultivares transgénicos a mediados de los ´90, la superficie de soja creció de 3 millones a 7 millones de hectáreas con una tasa de incremento de 278000 ha/año. Durante los 15 años posteriores, la superficie de soja creció de 8 millones a 20 millones de hectáreas y se registró una tasa de incremento equivalente a 809000 ha/año, casi tres veces superior a la del periodo anterior. A modo de referencia, puede mencionarse que el partido de Olavarría, uno de los más grandes de la provincia de Buenos Aires, posee una superficie de 771500 ha. Con estos niveles de expansión, la soja alcanzó en los últimos años una participación cercana o superior a 60% de la superficie cultivada en el país.

La trasformación tecnológica del cultivo de soja también impactó en los rendimientos promedio. Previo a la difusión de la soja transgénica, el rendimiento promedio a nivel país osciló dentro de una franja comprendida entre 1500 y 2500 Kg/ha, mientras que en los años posteriores osciló entre 2000 y 3000 Kg/ha. La gran dispersión de rendimientos dentro de cada franja se debe a la influencia que normalmente ejerce la variabilidad climática interanual en los cultivos que se desarrollan bajo condiciones extensivas de producción. Más allá de la variabilidad interanual, el impacto del actual modelo sojero en los rendimientos nacionales se tradujo en un aumento promedio cercano a los 500 Kg/ha, esto es, un 25% superior respecto al periodo anterior. Esto adquiere aún mayor relevancia si se considera que la expansión de la soja se direccionó hacia subregiones pampeanas y regiones extrapampeanas que, en muchos casos, poseen condiciones edáficas menos favorables para la agricultura en general y para la soja en particular.

Los datos presentados evidencian que el cambio tecnológico ocurrido a partir de mediados de los años ´90 profundizó los procesos de expansión e intensificación de la soja, iniciados previamente. Desde la perspectiva económica, es indudable que este proceso condujo a un significativo aumento en la relevancia de la soja para la economía nacional, en comparación con otras opciones o esquemas productivos. En los últimos años, el complejo sojero representó aproximadamente un cuarto del valor total de las exportaciones argentinas. No obstante, debe tenerse en cuenta que la concentración de exportaciones en pocos rubros conduce a un aumento en la vulnerabilidad económica del país; más aún si se trata de productos que, como la soja, son altamente susceptibles a las oscilaciones del clima y del mercado internacional. Por otra parte, la especialización sojera también compromete la seguridad alimentaria por tratarse de un producto de exportación que ha desplazado a producciones con alto consumo interno como es el caso del trigo. La superficie de este último cultivo se redujo alrededor de 40% en los últimos 15 a 20 años, al pasar de aproximadamente 6 millones de hectáreas en la segunda mitad de los ´90 a cerca de 3,5 millones de hectáreas en las campañas más recientes. En Argentina, y también en buena parte de Sudamérica, el grano de trigo es un elemento fundamental para la dieta humana especialmente por su aporte calórico.

Desde la perspectiva agroecológica, el problema central es que frecuentemente los modernos paquetes tecnológicos son utilizados en forma indiscriminada siguiendo criterios cortoplacistas de rendimiento económico y sin tomar en cuenta la susceptibilidad del ambiente sobre el cual se aplican. Claudia Flores y Santiago Sarandón, referentes de la Cátedra de Agroecología de la Universidad Nacional de la Plata, sostienen en una obra de reciente edición que la selección de las diferentes tecnologías en base a un análisis de costo-beneficio simplificado, sobreestima la rentabilidad de los sistemas de producción e incentiva la degradación del capital natural al no incluir los costos ambientales generados por la intensificación productiva.

La expansión extrapampeana de la soja implica una fragmentación progresiva de hábitats naturales como selvas, bosques y montes. Ello trae aparejado procesos de degradación del suelo y deterioro de servicios ecológicos fundamentales como la regulación del balance de carbono y del ciclo hidrológico y la conservación de biodiversidad. Por su parte, la expansión intrapampeana tuvo lugar a expensas de sistemas diversificados y según Ernesto Viglizzo, otro de los principales agroecólogos argentinos, implicó un desacople del tradicional sistema mixto agrícola-ganadero que durante muchas décadas predominó en buena parte de la región pampeana. De este modo, la especialización sojera conduce a una homogenización en el uso de la tierra y, con ello, a un aumento en la inestabilidad de los sistemas productivos frente a la variabilidad climática y económica. A esto debe sumarse la elevada exportación de nutrientes y pérdida de materia orgánica que caracteriza a los sistemas dominados por el cultivo de soja, con lo que se agrava además la insustentabilidad del modelo en el largo plazo.

Cabe destacar como un hecho positivo la masiva incorporación de siembra directa en reemplazo de la labranza convencional basada en el arado de rejas. Este implemento, junto con otros complementarios, producen una gran remoción de suelo y lo dejan sin cobertura de modo que aumentan la susceptibilidad a los procesos erosivos. En tal sentido, la siembra directa ha sido capaz de amortiguar los impactos de la agriculturización y retrasar sus efectos, pero aún así resulta insuficiente para eliminarlos totalmente. Por otra parte, la siembra directa favoreció la posibilidad de realizar dobles cultivos anuales al combinar cerelaes de invierno (ususalmente trigo o cebada) con siembra de soja inmediatamente después de su cosecha (soja de segunda). La concentración de cultivos en menos tiempo acelera los procesos extractivos y aumenta la carga de agroquímicos sobre el sistema con lo que se incrementan los riesgos de contaminación química.

En el actual contexto económico, es impensable que el agro argentino en general, y el pampeano en particular, recuperen los niveles de diversificación que permitan asegurar la conservación de los suelos, la sustentabilidad de la producción y la seguridad alimentaria en el largo plazo. Sin embargo, es posible avanzar hacia este objetivo si se promueve decididamente un cambio de paradigma en la forma de concebir y diseñar la producción agropecuaria dentro del país. Como disciplina científica emergente, la Agroecología ofrece las bases conceptuales y metodológicas para el desarrollo de una agricultura sustentable. Pero es imprescindible que los ámbitos de decisión política y economía aprendan a interpretarlas y canalizarlas en la creación de instrumentos e incentivos que impulsen el cambio de paradigma.

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Ing. Agr. (MsSc) Eduardo REQUESENS:
Profesor de Agroecología y Director del Núcleo de Estudios Vegetacionales y Agroecológicos de Azul (NUCEVA), Facultad de Agronomía (UNICEN).
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