Sociedad
10 de agosto de 2012

Algunos aspectos sobre la adolescencia extendida

Lic. Adrián CÓRSICO

“Más que el nacimiento, el matrimonio o la muerte,
la adolescencia implica el complejísimo drama de pasar
de una zona de la existencia a otra distinta.
Es ese punto crítico de la vida humana en que
las pasiones fructifican y alcanzan su madurez.
El individuo pasa entonces de la vida familiar a la existencia cultural”

Louise J. Kaplan (1995)

 

La adolescencia no es un concepto ni una definición, preferimos pensarla como un tiempo lógico que se concibe dentro de un orden cronológico en la vida del sujeto. Desde la teoría psicoanalítica implica el final de la denominada etapa de latencia, en done el niño, desprovisto de instintos sexuales generalizados,    pasa a la pubertad o pre-adolescencia. Es este tiempo lógico en el que el sujeto sufre modificaciones corporales, psíquicas, y de la percepción de su entorno, que  deja atrás a los padres  idealizados y comienza a buscar “idolizaciones”, es decir personajes, objetos, actividades, entre muchísimos otros; que refrenden o corroboren la necesidad de independizarse de la omnipotente figura de los padres infantiles. Para esto necesita encontrar figuras externas que compitan con la antigua figura parental, por ende los incomprendidos, rechazados y lucrativos ídolos de los jóvenes.

La pubertad sexual,  por consiguiente, instiga un desplazamiento del deseo, en muchos aspectos, fuera de la familia y una revisión de la autoridad moral. Cada vez que una pasión debe transferirse de un ámbito a otro, cada vez que ocurre un reordenamiento de las prioridades morales, ya sea en el orden social o en el individuo, esto comienza con alguna forma de violencia. La cuestión es si la revolución que tiene lugar habrá de ser una revolución de aniquilamiento o de transformación. Por ello siempre que un niño se convierte en adolescente, la sociedad corre peligro. Los mayores sienten temor; y con razón. El adolescente lucha contra los límites personales, y los riesgos que asume constituyen una amenaza a la tradición. Los adolescentes con su imponente presencia psíquica y psicológica nos hacen sentir que ellos representan la fecundidad y la vida nueva.

Detenerse  en este proceso adolescente el máximo tiempo posible es una defensa contra la adultez, como sinónimo de final de un proceso. El sujeto se maneja en un ambiguo vínculo con sus referentes parentales, que por un lado funcionan como sostén en muchos casos económico, símbolo de libertad por excelencia en un sistema capitalista, quedando sujetos en aparente comodidad a las reglas expedidas por la cosmovisión  paterna y por otro, se revelan sosteniendo conductas en apariencia inmaduras. El afecto predominante en esta convivencia es la ansiedad de los padres por el “futuro”, en el mayor de los casos monetario, y por otro el joven percibe el miedo a no poder alcanzar ese ideal vocacional y laboral.

Miedo y ansiedad conviven bajo un mismo techo generando lo que podemos denominar “adultecentes” que espían la vida a través de las ventanas que otrora saltaban para salir a jugar. Pero ahora el juego no es el “como si” infantil, éste está expuesto al más puro principio de placer, la satisfacción debe ser inmediata. Frente a tanto temor debe  haber respuestas “urgentes” contra el miedo, es aquí donde se instalan sustancias, entre otras, como la cocaína, siendo Argentina el primer país consumidor en Latinoamérica y el segundo en América, después de Estados Unidos.  Así lo revela el Informe Mundial de Drogas de las Naciones Unidas, siendo un 70% de los consumidores jóvenes entre 18 y 34 años.

En esta coyuntura de tiempo generacional, en muchos casos el apego a una sustancia  simboliza también la dependencia de esos padres infantiles, ahora desprovistos de toda posibilidad de poner límites como sucede en los casos de adicciones. Durante la adolescencia que se extiende hay dificultad en los procesos de de racionamiento, frustración, desilusión, interrupción, separación y legitimización  que justifique un pasaje saludable a la vida adulta.

La contracara de este ser inseguro, lábil y fluctuante es el narcisismo característico. Las conductas ególatras típicamente adolescentes son difíciles de abandonar funcionando como máscaras contra el miedo a la adultez, símbolo dentro de este criterio del afrontamiento verdadero del deseo como posición madura.  Desde fines de los 80 y principio de los noventa, la sociedad de consumo comenzó a explotar ese atributo adolescente. La juventud comenzó a ser un valor de mercado, apreciada, admirada y envidiada por el mundo adulto, que intenta simetrizarse con los valores puramente estéticos de esta etapa de la vida. La adolescencia extendida, así se convierte en  un estadio deseable desde lo socioeconómico, depreciando al sujeto y su capacidad de individuarse.

Desde la salud mental se apuesta a sujetos que puedan poner en palabra y accionar desde un deseo que implique frustraciones afrontadas  y tomar al displacer como un elemento del crecimiento sin necesidad de enmascararlo. De esta forma podremos creer en un sujeto independiente, con juicios propios, capaz de confrontar con su propio criterio el entramado social.

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Lic. Adrián CÓRSICO:
Instituto Privado Psicoterapéutico (IPPSI); Unidad Adolescencia, Hospital “Ramon Santamarina”; Centro de Contención, Tandil.
Contacto: adriancorsico [at] hotmail [dot] com