Lunes 14 de noviembre de 2011

Se fue Nancy

Se fue Nancy

Risa y llanto están alejados en la expresión. Nada más. Porque en todo lo otro están cerca. A veces demasiado. Siempre esperando que la vida decida unirlas para caer, resignadas, en la densa lágrima del dolor.

De nuevo un golpe duro, durísimo, acaba de demostrar a la comunidad universitaria entera cuánto, la risa del compañerismo y la profunda tristeza del adiós final, se confunden en un único sentimiento. Amargo, enervante, sí, pero igual lleno de esa calma y amorosa aceptación en la que confluye, al fin, lo inaceptable.

Así lo hace, inflexible, mediante la muerte de Nancy Lucía Tentori, tandilense de sólo 46 años de edad, este jueves en horas de la tarde. Administrativa y docente había ingresado a nuestra Universidad en 1983, cuando contaba recién 19 años.

Desde entonces tuvimos su linda figura, fina, delicada, de buen talante que regalaba con su mensaje de optimismo condensado en una habitual sonrisa. Una suerte de frutilla del postre de su invariable forma de ser que ponía luz donde no la había. Animo donde había desánimo.

Actual secretaria del área de Relaciones Institucionales y profesora de Inglés dependiente del Departamento de Lenguas, Nancy lucía la excelsa virtud de saber escuchar antes de hablar. Desde jovencita había aprendido que el silencio era el mejor maestro. Y practicaba a diario esa enseñanza.

Aliada incondicional del compañerismo bien entendido, ya sean penas o alegrías dejaba manifestarlas primero. Recién después daba su opinión firme, sólida, aunque nunca terminante, como entendiendo que la existencia tenía secretos insondables que debía respetar.

Fue tan entera en su espíritu que cuando la angustia de su enfermedad entró a su cuerpo, hace 3 años, elegía el silencio bien aprendido antes que la exteriorización quejosa. Es que ganaba tranquilidad sabiendo que, así, no afligía a los demás, menos aún a sus amados hijos Martina (13) y Lisandro (10), como a su inseparable esposo Raúl Duhalde. Era preferible el optimismo. Ver la mitad llena del vaso.

Sus maneras no cambiaron este año, cuando el mal regresó. Cruel. Impiadoso. Nancy lo afrontó con su invariable coraje. Sin estridencias. A su estilo.

Sólo el largo período de su licencia insinuaba gravedad. Sus palabras no la reflejaban, fieles a la sobria conducta elegida de no preocupar a los suyos, ya se trate de familiares, amigos o compañeros de trabajo. A nadie.

Siempre igual, esa Nancy de todos los días frenaba, inclusive, el clamor que partía de su instinto. A puro coraje. Primero los demás, después ella. Hasta en sus últimas expresiones desde el lecho del tratamiento sembró optimismo. Optaba por preguntar, antes que contar, quizá pensando que su verdad podría lastimar al semejante.

Su mortal partida consternó. Pegó feo, feísimo. Sin embargo su valentía nos dejó un pilar donde aferrarnos para no caernos y  poder seguir adelante. Para aprender, una vez más, que la sonrisa y el llanto están demasiado cerca.

 Carlos Iparraguirre