Viernes 18 de mayo de 2012

Ethel Dora Basílico de Dôtzel

Su fallecimiento

Ethel Dora Basílico de Dôtzel

Adolescente en épocas duras, muy duras, ensombrecidas inclusive por adversas circunstancias familiares, la vocación estudiosa de Ethel no se detuvo ante las contrariedades sino que aceptó los desafíos de la mano de su querido hermano, el recordado médico Miguel Basílico, abriéndose así un camino que amó y nunca abandonó.

 Egresada en el `39 como maestra de la Escuela Normal Mixta “General José de San Martín”, estudió el bachillerato en Azul recibiéndose cuatro años más tarde. Establecida en La Plata su llamativo empuje fue sumando títulos profesionales. En el ´48 el de Farmacéutica; en el `52 el de Bioquímica y en el `54 las autoridades de la Universidad Nacional platense pusieron en sus manos el de Bioquímica y Farmacia.

También en La Plata su condición de joven guapa la llevó a contraer enlace con el ingeniero agrónomo Lorenzo Dôtzel, regresando a Tandil del brazo de su marido. Aquí, su ciudad le aguardaba atrayentes propuestas para sus naturales condiciones de docente profunda y clara.

  Con el alegre entusiasmo que depara una hoja en blanco a disposición de su notable capacidad, Ethel formó parte  del grupo pionero de profesores de la facultad de Ciencias Veterinarias desde su fundación en el `69, distinguiéndose así como precursora de la enseñanza de la Química, condición que luego trasladara a su vez a la facultad de Ciencias Exactas, amén de otras instituciones educativas de niveles secundario y terciario.

 Recordada por su pasión por enseñar, su trato siempre amable y consustanciado con la estudiantina, Ethel siguió volcando su pasión al frente de las aulas hasta que sus fuerzas se lo permitieran. Natural y sin alardes, su trato nunca olvidó la necesidad de escuchar y responder a las inquietudes juveniles.

Idéntica personalidad entregó durante sus responsabilidades de Jefa del Laboratorio del Hospital Municipal Ramón Santamarina, que diariamente continuaban en el mostrador de la Farmacia Vasca y quedaban depositadas en la educación de sus dos hijos, Miguel y Cecilia.

Una enfermedad, favorecida por su avanzada edad, puso fin a sus días en La Plata, adonde había recurrido para atender sus dolencias. Pero su ejemplo intelectual continúa y continuará, generación tras generación, en la memoria universitaria dedicada a los seres memorables.