Thursday 5 de May de 2011

Bienvenida, Rosita

Bienvenida, Rosita

   Mayo 4, un miércoles de los comunes. Puertas entornadas. Murmullos pasilleros. Tristeza en todos los espacios. Sentencia en los informados; estupor hasta en los que no. Dolor en todos. Duelo decretado por el Rectorado. Receso de actividades. Velatorio, sepelio. palabras oportunas, desgarro de esposo y de los hijos Matías, Paula,  Julieta, congoja general y aplauso de un adiós quemante. Es que había fallecido Rosa Nilda Osquiguil, un entrañable pedazo de historia de la Universidad del Centro.

 

Por tercera vez en lo que va de este año la vida había demostrado, con una dura despedida, que es eso que pasa a la vuelta de la esquina cuando estamos distraídos haciendo otras cosas. De nuevo, con otra realidad cruel, la madurez institucional nos invitaba a aceptar lo inaceptable.

          Azuleña de origen y tandilense desde hace muchísimo había llegado a nuestra Universidad cuando aún destellaba el colosal sol de la nacionalización. Trabajó como no docente en la Tesorería general y, enseguida, su personalidad ganó el disminutivo Rosita. Su apellido sólo figuraba en la foja. No era necesario, tal era la inconfundible transparencia que inspiraban su forma de ser condensada en el apodo.

           Trabajo apasionado, fidelidad inconmovible y contagioso sentido de pertenencia. Nunca de brazos caídos. Con fuerza. Invitando a dar más y más. A que se podía, pese a todos los obstáculos.

        En el `87 su vida cambió de rumbo, pero en el 2000 regresó, esta vez a la facultad de Ciencias Económicas. Lo hizo, desafiante, como diciéndole al siglo nuevo que nunca se va quien siempre está volviendo.

         Llamada hace dos años a ejercer la tamaña responsabilidad de coordinar en el Campus el Comedor Estudiantil autogestionado, incluidos los de Azul y Olavarría, aceptó el reto y se separó de Económicas, su facultad entre las facultades.

         Corajuda hasta la médula, desafió una enfermedad sin menguar un ápice la intensidad de su trabajo. Hasta desoyendo recomendaciones. Convencida de que nuestra Universidad, su segundo hogar, la necesitaba; sólo la dejó cuando su cuerpo no dio más. Jamás antes.

      Al irse, a los 60 años de edad, ha dejado una ausencia profunda en los suyos y en sus compañeros de trabajo, dibujada en una huella universitaria trazada por alguien que caminó e hizo mucho por los demás.

   Quizá por eso sea un consuelo pensar que muere nada más que aquello que termina. Y Rosita no ha terminado, su ejemplo sigue en nosotros. Sólo acaba de pasar, bienvenida, a un sitial  de privilegio en los corazones de toda la comunidad de su amada Unicen. Allí está. Y lo hará por siempre. (C.I)