Viernes 6 de julio de 2018
Tandil

Alumna de ENES obtuvo 1er premio en concurso nacional de escritura


Alumna de ENES obtuvo 1er premio en concurso nacional de escritura
 
La alumna Natalie Viviana Barbón, de 4to.año A, obtuvo el máximo galardón en el Concurso Nacional de Escritura organizado por la Fundación El libro, realizado en el marco de la 28ª Feria del libro Infantil y Juvenil. La propuesta para la categoría "C" (14 a 17 años) consistió en escribir un cuento inspirado en "La niña de los fósforos", de Hans Christian Andersen.

El objetivo del concurso era producir una nueva versión libre sobre el cuento sugerido, con la libertad creativa para tomar del mismo, el o los elementos que el participante eligiera, en relación con la escritura de su cuento (situaciones, personajes, tema, entre otros.).

Natalie ganó el concurso con un cuento al que tituló "La última llama", premio que viene a constituirse en el resultado de un proceso conjunto desarrollado a través de la Actividad Permanente de Lectura de la escuela y el acompañamiento de su docente Dominique Moreno, y de todos los profesores del Departamento de Lengua de la ENES.

El cuento
 
 
La última llama
 
Natalie Viviana Barbón
 
Escuela Nacional Ernesto Sabato
 
Latente en la noche, la niña de las cerillas caminaba arrastrando sus pies para no perder su calzado.
 
-¡Fósforos! ¡Fósforos! ¡Solo a diez pesos! -gritaba en las calles desoladas de aquella noche de invierno.
 
Avanzó tres cuadras sabiendo que cada paso que daba era en vano, pues en noches como aquella, las personas con familia disfrutaban al calor del fuego de deliciosos manjares y gozaban con  humoradas que –aunque no tenían demasiada gracia- alegraban el ambiente.
 
Todos reían.
 
Todos felices.
 
Todos, menos ella.
 
"Más vale que hoy no vuelvas con las manos vacías". La voz de su padre irrumpía en la soledad de sus pensamientos y hacía eco en las calles de su memoria.
 
Un hombre pasó caminando a su lado y la niña, con una sonrisa que iluminaba su rostro, le mostró la bolsa con los fósforos, ofreciéndoselos. Pero él, en cambio miró sus cabellos enredados y su ropa descosida, y sin decir palabra siguió de largo.

Luego se perdió en la oscuridad.
 
El viento helado, que parecía enviado desde el mismísimo infierno, llenó las calles con un sonido de muerte y la nieve comenzó a darle un color pálido al camino.
 
Asustada, la pequeña comenzó a correr en busca de refugio. Tan rápido iba, que una de sus zapatillas abandonó su pie para esconderse en la blancura de la nieve. Sin embargo no había tiempo de detenerse. El viento comenzaba a soplar con más fuerza.
 
La búsqueda de un reparo parecía interminable, y la nieve caía copiosamente sobre su cuerpo, deteniendo, por momentos, la marcha. Encontró finalmente un espacio entre las paredes de dos casas contiguas que le permitieron resguardarse del temporal.
 
Pronto el frío cubrió la noche y colmó cada rincón y cada espacio de la ciudad desierta.
 
“Ya pasa”-susurraba la pequeña, sentada en piso, mientras intentaba ocultar sus pies debajo del delantal. En la oscuridad pudo ver que sus manos habían adquirido un tono violáceo, y sintió que su cuerpo perdía el poquito calor que le quedaba. Las pequeñas nubes de calor que aún salían de su boca no hacían más que servir de alimento al frío.
 
Entonces encendió una cerilla, rogando que el viento no se llevara la llama consigo. Mientras protegía el fuego con sus manos, cerró los ojos y se concentró en su respiración. El aroma de un pollo asado la obligó a abrirlos.
 
En la lujosa habitación el fuego de la chimenea estaba encendido y la mesa dispuesta para la cena. La niña llegó hasta los leños, mas el calor, ni siquiera alcanzó a rozar sus manos heladas. El frío la abrazaba nuevamente para despertarla. Sin demorarse encendió otra cerilla.
 
Un gran pino decoraba una sala iluminada por la llama roja del fuego. Su padre se acercó y le acarició afectuosamente la cabeza. Con una sonrisa, la niña se sumergió en sus brazos. Ahora era la madre la que servía el pavo en la mesa de la  cena. Los tres, felices, se sentaron a comer; sin embargo cuando la pequeña estaba llevando el primer bocado a su boca, todo desapareció. Las luces que antes habían decorado aquel pino, brillaron en el cielo.
 
El viento finalmente cesó y el frío detuvo su intensidad.
 
Junto con el nuevo fuego, su abuela aparecía con los brazos abiertos para recibir a su amada nieta, que entre risas y llantos le recordaba cuánto la había extrañado.
 
Pero de pronto la imagen de la anciana comenzó a desvanecerse, y la niña desesperada hurgó en la bolsita en busca de los fósforos que retuvieran su presencia. -No te vayas- repetía, mientras encendía una cerilla tras otra.
 
Las pequeñas llamas se fueron apagando y el viento, testigo de lo ocurrido, cambió de rumbo arrastrando consigo al frío y dejándole el lugar al amanecer.
 
Tal vez alguien lloró en el nuevo día por la pérdida de quien fue ignorada por todos.
 
Tal vez alguien cargó su cuerpo cubierto de escarcha.
 
Tal vez su madre gritó cuando se enteró, y su padre se arrancó los cabellos.
 
Tal vez.
 
La niña nunca pudo saberlo. El viento, que la había visto sufrir y soñar, la llevaba a un lugar sin navidad, donde una abuela, al calor de una chimenea celestial, servía la mesa mientras esperaba emocionada el abrazo de su nieta.