Sociedad
10 de agosto de 2011

Juventud, Historia y Sociedad

Dra. Paola GALLO

En Las Edades de la Vida el historiador Philippe Ariés  señalaba que, en las sociedades del Antiguo Régimen la juventud, entendida como una  categoría de edad, como una etapa diferenciada de la vida, distinta a la infancia y la adultez, no existía. Si existía la expresión ‘verde juventud’. Pero con esta expresión no se buscaba designar la ‘adolescencia’, sino la plenitud de la vida, la madurez del adulto, la cima en la escala de las edades. Ariés muestra que, así como durante mucho tiempo no se tuvo la noción de infancia, tampoco existió la noción de adolescente. Sin un sentido de edad transitoria, las niñas y los niños en las sociedades del Antiguo Régimen eran lanzados al mundo de los adultos y allí se confundían con ellos y eran tratados como tales. No había jóvenes hombres (ni jóvenes mujeres), sino hombres jóvenes (y mujeres jóvenes). La edad adulta comenzaba pronto, antes de la pubertad, y acababa también pronto, poco después de los ’30 años, en el umbral de una vejez precoz, en una vida expuesta a las enfermedades y la muerte. (1)

La ausencia de esta idea (o sentido) de juventud es explicada por Ariés en función de los mecanismos adoptados por las sociedades del Antiguo Régimen para transmitir la cultura. Las ‘juventudes’ de la Edad Media y del Antiguo Régimen se formaban en la experiencia directa, en el contacto constante con los adultos en el campo, el taller, la corte. Podríamos decir, en la continuidad de la experiencia.

En este sentido, el fenómeno que daría nacimiento a la juventud, tal cual la conocemos hoy, sería, para Ariés, la escolarización progresiva de la educación (iniciada en los siglos XV y XVI). La escuela, continuada, sin interrupciones, con una formación según la edad, fue separando progresivamente a los niños y jóvenes del resto de la población, apartándolos de los adultos, durante el tiempo que durara la escolaridad.

Un segundo factor que permitiría explicar el surgimiento de la juventud como categoría de edad sería el de la también progresiva distinción entre el ámbito público y el ámbito privado y, junto con ello, el de la separación de la familia del resto de la sociedad.

Un último factor, que acompaña y complementa los dos anteriores es el del surgimiento de un sentimiento de la ‘adolescencia’, de la ‘juventud’. Esto es, de un conjunto de representaciones, sentidos y prácticas que permitían pensar a un sector de la sociedad como algo distinto y social y culturalmente privilegiado.

Aún cuando muchos de los postulados propuestos por Ariés fueron revisados en trabajos posteriores, lo cierto es que el mostró que la juventud, más (o antes) que una categoría de edad, o un estado biológico, es un fenómeno histórico, social y cultural. Es decir, una construcción social.

Juventud es un concepto. “No es más que una palabra”, sostuvo el sociólogo Pierre Bourdieu, (2) que se crea y construye como una representación ideológica de la manera en que la sociedad se divide en grupos, y sobre la que se generan disputas por instalar sus sentidos y sus límites. Unos años después, el también sociólogo (argentino) Mario Margulis dirá que “La juventud es más que una palabra”, mostrando que el término tiene usos particulares, sentidos singulares y efectos concretos. (3)

En otros términos, si algo nos han mostrado los análisis históricos (y no sólo los históricos) es que la juventud no es una categoría definida exclusivamente por la edad y con límites inmutables de carácter universal.

Tendemos a pensar y concebir como ‘naturales’ etapas como la infancia, la adolescencia y juventud, la adultez y la vejez; como períodos ‘fijos’ en nuestros ciclos de vida. Pero esto es así porque los sentidos, que como sociedad y como cultura otorgamos a los grupos de edad producen aquellas condiciones simbólicas que nos dicen como ‘ser y estar’ en cada una de ellas.

Sin embargo, estas etapas o edades no constituyen estadios universalizables. Como dijimos, son  construcciones sociohistóricas. Y en tanto construcciones resultan, por lo tanto, susceptibles de transformación. Un ejemplo de lo que estamos planteando puede verse en los censos y la manera en que estos han modificado las fronteras etáreas de lo que se define como juventud: sí los estudios o datos censales de dos o tres décadas atrás consideraban joven a aquellos que no habían pasado los 24 años, y ‘adultos jóvenes’ a los que tenían entre 25 y 29 años; en los estudios más recientes estos últimos han sido integrados a la categoría de ‘joven’.

La juventud, entonces, no es algo en sí, sino algo que se construye. Que se construye en el seno de las sociedades y que –en la medida en que estas se van transformando– también van variando los modos de definirla y los sentidos que se le atribuyen.

Pero además, dentro mismo de las sociedades, las formas de ser joven; de vivir y experimentar la ‘juventud’ tampoco son univerzalibles. Es decir, no todos experimentamos esa etapa de la misma manera, depende de las condiciones objetivas en las que nos encontramos, de la cultura a la que adscribimos, e incluso de nuestra propia biografía familiar e individual.

Hablar de juventud, entonces, estudiarla, aprehenderla, explicarla y comprenderla, implica que debemos reconstruir las maneras cambiantes en que esta ha sido definida y percibida a través de los tiempos. Implica, también, atender a como esta es vivida y sentida por quiénes se consideran jóvenes, y como, a su vez,  éstos son interpelados en su condición de tal por otros (por otros grupos de edad, desde el Estado, desde las instituciones). Implica, por último, reconocer que los jóvenes son sujetos partícipes de un proceso que es esencial a toda sociedad, proceso que consiste tanto en la reproducción de la misma, como en su transformación.

Notas

  1. Ariés, Philippe: ‘Las Edades de la Vida’, en Philippe Ariés Ensayos de la memoria 1943-1983. Bogotá: Norma, 1996, p.331.
  2. Bourdieu, Pierre Sociología y Cultura. México: Grijalbo/Consejo Nacional de las Artes, 1990.
  3. Margulis, Mario y otros La juventud es más que una palabra. Buenos Aires: Biblos, 1996.

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Dra. Paola GALLO:
Instituto de Estudios Histórico-Sociales (IEHS), Facultad de Ciencias Humanas.
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