Historia | Política | Sociedad
9 de diciembre de 2013

Deuda externa y democracia

Lic. Andrés ASIAIN

La historia de los últimos 30 años de democracia política se ha visto ensombrecida por el frecuente sometimiento del poder político a los poderes económicos. En ese desvío, la principal herramienta para el sometimiento de la voluntad popular ha sido la deuda externa, que fue el instrumento a través del cual se perdió la soberanía en el diseño de las políticas públicas que pasaron a ser dictadas desde los organismos financieros internacionales (lobbystas de intereses de grupos trasnacionales). Por ello, la última década de desendeudamiento y recuperación del manejo soberano de nuestra política, es un avance en la concreción del ideal democrático que debe ser cuidado por todos los argentinos.

La deuda externa tiene una larga historia en nuestro país. Ya en 1822, Bernardino Rivadavia había hipotecado las tierras de la provincia de Buenos Aires como garantía de los títulos públicos que la Baring colocó en la city inglesa. El crédito recién fue cancelado en 1901 y costó al país casi nueve veces lo que recibió inicialmente. Pero la historia moderna de la deuda externa comenzó a ser escrita por el recientemente procesado y fallecido José Alfredo Martínez de Hoz. Durante su mandato, en tiempos de la última dictadura militar, la deuda externa se incrementó 257%, creando un instrumento de presión permanente del establishment externo e interno sobre la vida de la Nación.

El primer gobierno democrático se irá derrotado por un estallido hiperinflacionario, cuyo germen se encontraba en el peso de los intereses y amortizaciones de la deuda sobre las cuentas externas y públicas. Le seguirá un período de diez años, en el que el verdadero poder político de la Nación estaba en el despacho de los organismos financieros internacionales. Vale, al respecto, citar las palabras del entonces “gerente de privatizaciones” Roberto Dromi durante una cesión del Congreso que discutía la privatización de Aerolíneas Argentinas, el 28 de agosto de 1990: “Ustedes saben con honestidad que todos los pliegos tienen una cláusula no escrita, que no la hemos escrito por vergüenza nacional, que es el grado de dependencia que tiene nuestro país (…). Nos dicen, ‘señor, venda lo que es suyo, le doy autorización para que venda lo que es suyo’. No lo dice una superpotencia, no lo dice el Espíritu Santo, no lo dice la Iglesia. No, lo dice una directiva de un ente financiero acreedor de Argentina, que ha armado incluso un comité de monitoreo del comportamiento de nuestros programas económicos”.

Ya en tiempo de la Alianza, el megacanje será una nueva concesión frente a la banca extranjera. A cambio de la esperanza infundada de unos meses más de vida para la Convertibilidad, se comprometieron enormes pagos a futuros a tasas que duplicaban, en algunos casos, los compromisos originales. Por esta medida, que tuvo el condimento de jugosas comisiones para una serie de bancos que intervinieron, se encuentra procesado su mentor, Domingo Cavallo. Los pagos comprometidos en el megacanje no llegaron a realizarse. La deuda fue declarada en default en el 2001, para ser renegociada con una quita importante, una parte en el 2005 y otra este mismo año.

El peso de la deuda y el poder de los acreedores han disminuido en los últimos años. En ello han contribuido decisiones políticas de la actual gestión, como el pago de la deuda con el FMI, los resultados del canje de bonos públicos en default y el ingreso de divisas por los elevados precios internacionales de nuestros productos de exportación. La gestión del Ministerio de Economía y, recientemente, la del Banco Central fueron rescatadas del lobby financiero que ha pasado a ser uno más de tantos otros que pululan por las fisuras de nuestra democracia.

La profundización de la democracia exige reasegurar la independencia económica, de manera de conservar los márgenes de autonomía política necesarios para avanzar sobre la resolución de las demandas sociales aún insatisfechas. Especialmente ante el embate de minorías privilegiadas que ven con malos ojos un proyecto de país donde el poder descansa en los votos y no en el mercado. Esos grupos que alientan corridas cambiarias que más allá de los objetivos individuales de hacerse una diferencia forzando una devaluación, colectivamente expresan una conducta antinacional donde se despilfarra soberanía materializada como reservas internacionales.

Hacia el futuro, la consolidación de la democracia va de la mano del desarrollo económico, que requiere romper la dependencia de importaciones de insumos y bienes de capital, la elevada remisión de utilidades o la dolarización de las finanzas locales y regionales. Ahí se juegan las bases económicas para la profundización de la democracia.

El riesgo de no avanzar en la resolución de esas cuestiones estructurales, es una recaída en los cantos de sirena de los mercados financieros, que vuelven a escucharse bajo la fantasiosa frase de que “en el mundo sobran dólares”. Apelar al crédito externo puede ser un atajo para eludir las reformas internas que se encuentran detrás de la fuga de capitales y las restricciones cambiarias. La historia de la deuda argentina muestra que puede ser un atajo muy peligroso. En el camino se pueden perder, nada más y nada menos, que las bases económicas para el real ejercicio de la democracia.

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Lic. Andrés ASIAIN:
Licenciado en economía. Docente Facultad de Ciencias Económicas Universidad de Buenos Aires. Investigador del Instituto de Estudios Históricos, Económicos, Sociales e Internacionales (IDEHESI-CONICET-UBA). Director del Centro de Estudios Scalabrini Ortiz.
Contacto: andresasiain [at] gmail [dot] com - http://www.ceso.com.ar