Historia | Sociedad
23 de marzo de 2016

La víctimas de la última dictadura cívico militar

Abog. María NAZABAL

Este 24 de marzo, Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, no es una conmemoración más del golpe de Estado. Se cumplen cuarenta años de aquel día siniestro para la historia de nuestro país. Comenzaba la dictadura más feroz que nuestra historia nacional haya conocido.

Los sucesos desencadenados a partir de ese momento pueden ser evaluados o razonados desde las más diversas aristas. Entre ellas, la cuestión de los derechos humanos y las graves violaciones a los mismos que tuvieron lugar en la larga noche del 76 al 83, resultan una cara insoslayable a la hora de pensar este período y lo que significó para la sociedad argentina.

Sin embargo, estimo pertinente hacer mención a una perspectiva que siempre está presente pero pocas veces se analiza con detenimiento. El enfoque –cuando se analizan estos crímenes- suele estar centrado en los autores y victimarios y no en las víctimas. Con el retorno de la democracia esto sucedía habitualmente bajo la impronta de la reinante “teoría de los dos demonios”. Es ese el contexto (junto con un poder dictatorial que continuaba vigente) en el que se reciben los testimonios en el Juicio histórico a las Juntas Militares.

De aquel modo, se suponía que las víctimas de un estado terrorista tenían algún grado de responsabilidad y bajo esa premisa se procedió a indultar a unos y a otros, víctimas y victimarios en igual jerarquía. Por este motivo y por los condicionamientos que la sociedad argentina impuso a los sobrevivientes y familiares con la recordada frase “algo habrán hecho”, de manera consciente o inconsciente se evitaba mencionar su participación política. Con el transcurso de los años de democracia y la lucha que los organismos de derechos humanos, de familiares y de sobrevivientes llevaron adelante en búsqueda de memoria, verdad y justicia se fue recorriendo un camino –no sin obstáculos- que rara vez obtuvo una respuesta oportuna y efectiva. Finalizando la década del noventa y comenzando los años 2000 con varios juicios realizándose en diversos países del mundo y en organismos interamericanos, tuvieron lugar los juicios por la verdad en los que no había condena judicial para los autores de los aberrantes crímenes. Pero en esa instancia se pudo comenzar a escuchar las historias de vida de cada detenido/a-desaparecido/a y a plasmar en la misma sus luchas de aquel momento. Se fueron habilitando lentamente espacios de escucha que trascendían los grupos de organismos de derechos humanos o familiares y que permitían a la comunidad conocer mejor a los jóvenes de la generación del 60/70. Con la anulación de las leyes de la impunidad comenzaron a realizarse los juicios por delitos de lesa humanidad en tribunales ordinarios y con todas las garantías de la ley para los imputados. En el marco de esos juicios declararon infinidad de víctimas, sobrevivientes del horror, familiares y testigos presenciales de aquellos hechos. De esta manera se hacía lugar al relato de aquellos/as que sufrieron lo que no se alcanza a poner en palabras.

 

Con este brevísimo recorrido lo que intento ilustrar es que tuvieron que pasar muchos años y hubo que habilitar muchos contextos jurídicos, materiales y simbólicos para que podamos analizar y sobre todo escuchar quienes eran las víctimas y cuál fue el impacto que tuvieron estas violaciones masivas a los más elementales derechos. Impactos y consecuencias que se suceden hoy en día, que no han quedado anclados en aquellas épocas sino que son y transcurren ahora. Niños y niñas robados que en este momento –siendo adultos/as- tienen privado un derecho fundante para la persona humana como lo es el derecho a la identidad. Hombres y mujeres que actualmente sufren en su cuerpo y en su espíritu las terribles secuelas de haber sido víctimas y sobre todo de soportar la impunidad. Impunidad que no era ni más ni menos que la continuidad del delito cometido cuando no se alcanza justicia. Ellos/as transitaron, en algunas oportunidades, las mismas calles y espacios que los autores de las privaciones ilegítimas de la libertad, de los tormentos, de las torturas, de los abusos y violaciones sexuales y de los homicidios.

Esos mismos crímenes no solo tuvieron repercusiones en ellos/as mismos/as sino que necesariamente se transmitieron a familiares que buscaban a sus seres queridos sin respuesta alguna, que no pudieron llorar en ninguna tumba a su hijo o hija, abuelas que no pudieron abrazar a sus nietos, hijos/as que no pudieron compartir la vida junto a su madre o padre, y familias enteras destrozadas o con sus proyectos de vida truncados a causa de estos hechos. Ni que hablar de los proyectos, estudios, trabajos, amigos, amigas, amores, familias que no pudieron ser luego de que algunos/as detenidos/as recuperaban azarosamente su libertad. Y qué decir de todo aquello que tuvo que ser guardado o sepultado en el olvido para que no siga doliendo.

Esas víctimas, luego de muchos años, con una justicia que tardo una eternidad pudieron sentarse frente a un tribunal y contar, también tuvieron que juntar mucho coraje para hablar frente a los autores de lo innombrable. Y lo hicieron, y lo siguen haciendo y lo seguirán haciendo. Tuvieron que reactualizar hechos traumáticos para que esa justicia sea realidad, por ellos/as, por los que no están y muchos lo han hecho también para que todos/as sepamos de boca de sus protagonistas lo que sucedía.

Estos cuarenta años del golpe y treinta tres de democracia nos tienen que permitir pensar en la democracia que anhelamos para el futuro. Para eso es necesario que como sociedad seamos conscientes de lo que paso y de lo que aún hoy sigue pasando. Solo de esta manera podremos escribir las nuevas páginas de nuestra joven democracia que necesita hacer pie firme en el pasado para poder mirar hacia un futuro posible, justo y equitativo.

Con estas breves palabras intento, en el marco de este aniversario, hacer un humilde reconocimiento a aquellos/as que jamás hicieron justicia por mano propia, que soportaron lo peor y siempre pidieron justicia de manera pacífica. Y que, por sobre todas las cosas, nunca bajaron los brazos y siguen luchando para vivir en una sociedad más igualitaria. En su dignidad, en su valentía y en sus palabras (incluso en lo que esas palabras no dicen) encontraremos los caminos del país que soñaron los/as que ya no están.

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Abog. María NAZABAL:
Abogada. Coordinadora del Área de Derechos Humanos de la UNICEN.
Contacto: manazabal [at] rec [dot] unicen [dot] edu [dot] ar