Sociedad
20 de agosto de 2013

El lugar del 'paciente-niño' en la implementación de los programas de asistencia nutricional

Dra. Liliana MADRID

Hemos observado que en los registros médicos como también en el de otros profesionales de los equipos de salud rara vez se recogen las percepciones de los pacientes niños que padecen malnutrición. El foco de atención tanto en la fase del diagnóstico como del tratamiento son los adultos, focalizando en las mujeres-madres las responsabilidades por las conductas de sus hijos.

Esta primera observación nos demanda considerar que no existe una única concepción del proceso salud-enfermedad-atención y, en consecuencia, el lugar del sujeto paciente, y en particular, del sujeto paciente niño no es el mismo si la intervención está sustentada en uno u otro modelo teórico.

En este sentido, podemos señalar la existencia de diversos modelos teóricos donde cada uno de ellos observa factores diferentes como responsables de las características que asume el proceso de salud enfermedad atención. No obstante, hemos seleccionado 3 de ellos para desarrollar nuestro análisis.

Ver tabla

Cada uno de estos modelos postula una idea diferente del sujeto paciente: activo-pasivo, objeto-sujeto. Por tanto, la observación de aspectos tales como las características del dialogo que se establece entre agentes de la salud y sujetos pacientes, como la posibilidad de repreguntar ante el discurso incomprensible, nos provee una pista sobre la visión de sujeto que se detenta. Asimismo, la censura ante otras opciones, es decir, la desconsideración de otras prácticas de atención de la salud subestima la idea de un sujeto autónomo.

En el caso particular de los sujetos pacientes niños cconsideramos oportuno señalar que en la medida que su desarrollo evolutivo lo permita, los niños tienen derecho a ser escuchados y a participar de los tratamientos que se les indica, los que en todos los casos exige de su disposición y apoyo -o al menos tolerancia- ante los cambios indicados en sus dietas y hábitos.

Escuchar lo que el niño ‘trae’, lo que tiene para ‘decir’ y observarlo a través de las diversas formas expresivas implica otorgar un papel protagónico a las manifestaciones de ese niño para concebirlo como sujeto activo del diagnóstico y del tratamiento.

Según establece la Convención Internacional de los Derechos del Niño, los niños pueden opinar, decidir, informarse y participar. El niño conceptualizará la noción de derecho en función del conjunto de experiencias en las que participa cotidianamente, es decir, por los tipos de prácticas que se le ofrecen en los ámbitos institucionales primarios: la familia y la escuela, como así también, la pertenencia de clase, las relaciones instauradas por la escuela, etc. La posición de los adultos en este proceso es relevante en la medida en que favorece, o no, la apropiación de los derechos por parte de los niños, lo que no impide al sujeto infantil emitir juicios e ideas propias acerca de estas normas y elaborar conclusiones a partir de las situaciones que lo tienen o no como protagonista.

Esto demanda comprender que los niños y niñas no son previos a la sociedad y que sus características no son sólo consecuencia de su biología. Implica oponerse a perspectivas que asumen que los procesos sociales (incluida la desigualdad) son consecuencia de las características biopsicologicas de los individuos.

Relegar el discurso infantil limita la utilización de una perspectiva de análisis que acerque la distancia entre la enfermedad diagnosticada por el biomédico y la enfermedad sentida por el niño y su entorno.

La bibliografía que refiere a las enfermedades que padecen los niños muy ocasionalmente se refieren a ellos como posibles agentes de cambio. De hecho, la referencia constante a los padres, y a la madre en particular, refuerza este patrón. El niño no existe como tal, salvo en su dimensión física, mostrando ceguera ante sus actitudes y emociones que también afectan la salud. Para el caso de la malnutrición infantil los biomédicos suelen preguntar a la madre en el espacio de la consulta acerca del tipo de alimentación que consume, pero sin embargo omiten establecer el mismo interrogante al niño, el cual puede manifestar su concepción acerca de alimentos ricos y feos, fuertes y débiles, de niños y de niñas, entre otras clasificaciones que podrían definir el consumo infantil. Estas elecciones que realizan los niños superan las barreras de la accesibilidad, pues siempre se trata de ‘optar’ entre lo (aún escasamente) disponible. Generalmente los estudios refieren a los alimentos que consumen las unidades domésticas en el marco de lo accesible, pero no consideran las decisiones de los niños que, en el abanico limitado de alimentos definido por la pobreza, a su vez, prefieren algunos alimentos por sobre otros.

La descalificación del discurso del niño puede observarse en la falta de consideración por parte de la práctica biomédica de las narrativas infantiles referidas a los síntomas, a las probables causas de enfermedad y a las sensaciones ante el dolor (físico y emocional). En lo que refiere a la malnutrición infantil el diagnóstico se define en función de valores de peso y talla en relación con la edad establecidos por convención. La respuesta ante el déficit generalmente refiere al aumento de cantidad y calidad alimentaria sin abordarse aspectos socioculturales presentes en la definición del diagnóstico, los cuales también deben ser considerados en el tratamiento. Las experiencias dolorosas de exclusión, vergüenza y otras derivaciones de la estigmatización, la autovaloración negativa y la pérdida de status deben ser tenidas en cuenta cuando se evalúa el estado nutricional de un niño.

Prevalece la visión de considerar a la desnutrición como una condición homogénea excluyendo el punto de vista histórico o procesual: las enfermedades son productos históricos en proceso permanente de construcción y cambio y por lo tanto de redefinición.

La permanencia y ambigüedad (desconocimiento) de los orígenes de la enfermedad y el deterioro que produce la misma requiere de la asignación de significados morales y culturales para entender el proceso de enfermedad. El grupo familiar, en la búsqueda de explicaciones, asigna responsabilidades al niño, el cual, acallado por los diversos actores (familia, médico) las incorpora profundizando su aislamiento y silencio, aumentando el sufrimiento. La falta de problematización por parte de los miembros de la unidad doméstica del porqué de la existencia de la desnutrición como también de las consecuencias, oculta el problema. Cuando la malnutrición infantil es entendida como una carga individual el contexto de tratamiento refuerza el asilamiento y alienación en lugar de ser algo participado, consensuado con los propios niños y las personas más próximas de su entorno.

Finamente queremos señalar que el menosprecio por las vivencias del paciente-niño respecto de las manifestaciones y efectos de la enfermedad que pueden resultar desagradables, aumentan las condiciones estigmatizantes y obstaculizan superar la instancia del diagnóstico.

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Dra. Liliana MADRID:
Grupo de Investigación y Acción Social (GIyAS), Facultad de Ciencias Humanas, UNICEN.
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