Ciencia | Historia
18 de agosto de 2015

El Instituto de Estudios Histórico-Sociales y la Historia Social (lúcida)

Dra. Melina YANGILEVICH

Hace varios años el historiador francés Marc Bloch sostuvo que el estudio de las formas en que las personas eran juzgadas era una buena manera de comprender a las sociedades a través del tiempo. (1) Esta cita puede encontrarse en muchos textos de historiadores e historiadoras dedicados al estudio de la administración de justicia, los hombres que la llevaron a cabo, la legislación que utilizaron y las demandas de las personas que reclamaron que se les “hiciera justicia”, entre otros temas. Las reflexiones de Bloch formaron parte del inicio de una innovación trascendente en las formas en las que se construía el conocimiento histórico por entonces. (2) Junto con Lucien Febvre, otro historiador francés, fundaron en 1929 la revista Anales. Historia, Ciencias Sociales, según su nombre actual en español. (3) Su enfoque implicó una ampliación de los campos de investigación –hacia la historia social, económica y cultural- así como de las herramientas metodológicas tomadas de otras disciplinas. Así, los protagonistas de la historia dejaron de ser los grandes hombres para enfocarse en el conjunto de personas que vivían en sociedad. Las propuestas de la Escuela de los Annales cobraron impulso luego de la Segunda Guerra Mundial cuando su forma de entender la Historia como disciplina científica se expandió notablemente. Sus enfoques teóricos y metodológicos no carecieron de fuertes críticas, pero quizás los avances que generaron esos debates constituyeron otro de sus legados más trascedente. (4)

La referencia a la Escuela de los Annales no resulta casual al momento de recordar los 30 años de la creación del Instituto de Estudios Histórico-Sociales (IEHS) así como de los proyectos de investigación iniciados por entonces. Desde sus inicios, el Instituto se constituyó en un espacio académico de referencia nacional e internacional. Y ello por varias razones. Una de ellas, las trayectorias académicas de sus integrantes, varias de ellas construidas forzosamente en el exterior durante la década de 1970. Ello permitió estar al tanto de los debates historiográficos que tenían lugar en otros centros de investigación y facilitó el establecimiento de acuerdos para la formación de los egresados de la carrera que cursaron sus doctorados en diversos países, especialmente Francia. A ello se sumó la intensa participación de sus miembros en los debates que llevaron a la renovación historiográfica argentina luego de la vuelta de la democracia. Uno de los temas que sirvió de puntapié para esa renovación fue la caracterización de la campaña de Buenos Aires y sus habitantes durante el periodo colonial y el siglo XIX. Los estudios realizados por diversos historiadores –entre otros, Carlos Mayo, Jorge Gelman, Raúl Fradkin, Juan Carlos Garavaglia y Eduardo Míguez (5) –publicados en los primeros números del Anuario del IEHS mostraron que la llanura pampeana no era el espacio habitado solo por algunos gauchos de a caballo y grandes terratenientes. Dos grandes obras literarias, Facundo y Martín Fierro contribuyeron a difundir esa imagen. Nuevas preguntas hechas a fuentes documentales como padrones, registros parroquiales y fuentes judiciales, permitieron reconstruir una sociedad compleja. Una sociedad compuesta mayormente por familias campesinas, muchas de ellas de origen migrante, que trabajaban una tierra de la que no eran dueños pero sobre las que reclamaban determinados derechos. Una sociedad con comunidades de vecinos que resolvían sus conflictos de acuerdo a los dictados de la costumbre, parte indisociable del derecho vigente.

Gracias a esos estudios, se pudo saber quiénes eran esas personas, en qué trabajaban, cómo vivían y se relacionaban. A partir de todos esos conocimientos construidos fue posible avanzar en el análisis de otros aspectos de los vínculos entre esos sujetos, las autoridades y el Estado, un nuevo actor que apareció en escena a partir de la Revolución de Mayo de 1810. En este contexto, las palabras de Bloch mencionadas al inicio adquieren toda su relevancia. Todavía hoy en algunos textos escolares y actos conmemorativos se afirma que la gesta de 1810 dio lugar a la división de poderes. Sin embargo, en el ámbito judicial las transformaciones fueron poco perceptibles para los hombres y mujeres de la época. Y la justicia como poder independiente fue un principio más proclamado que real. Las autoridades acordaban sobre la necesidad de avanzar con la profesionalización dado que la mayoría de los jueces eran legos. Es decir, no eran abogados. Estos hombres ejercían sus cargos a partir de unos saberes que eran comunes a todas las personas –la costumbre- que se transmitían de generación en generación y que consistían, básicamente, sobre las formas correctas de comportarse sustentadas en los preceptos religiosos del catolicismo. En 1853 –después del fin del gobierno de Juan Manuel de Rosas- se organizó la justicia letrada en la provincia de Buenos Aires y solo para el fuero penal. Aunque ese fue el principio de una serie de cambios importantes, como la obligación de los jueces de fundamentar las sentencias, otros procesos se dieron con ritmos más pausados. Por ejemplo, recién a fines del siglo XIX se determinó la obligación de que jueces, fiscales y defensores contaran con el título de abogado y se completó la sanción de los códigos en un contexto de transformaciones trascendentes para la República Argentina. De manera evidente, la división de poderes fue un proceso dificultoso y aún hoy, sigue siendo materia de debate.

Los estudios realizados desde el IEHS que indagaron en la relación de la sociedad con la justicia y la letra de la ley en tiempos pasados se enmarcaron en una renovación de los análisis sobre estas problemáticas en el campo historiográfico latinoamericano y argentino. En buena medida, este interés se correspondió con un diagnóstico pesimista sobre el funcionamiento de la administración de justicia en las últimas décadas, especialmente en el marco de regímenes militares. Por ello, resultaba necesario indagar y reconstruir cómo fue en tiempos pasados la relación entre quienes administraban justicia y quienes la demandaban o se vieron supeditados a ella. Nuestro propio trabajo, como el de otros colegas del IEHS como las Dras. Gisela Sedeillán y Yolanda de Paz Trueba, que analizaron diferentes aspectos de la administración de justicia y el conjunto de normativas utilizadas, descansan en aquellos que los precedieron. Varios de éstos fueron realizados por historiadores e historiadoras pertenecientes al Instituto o que mantuvieron diferentes vínculos académicos a través de la realización de publicaciones conjuntas (6) o del dictado de seminarios.

En síntesis, es posible sostener que el IEHS se constituyó como un espacio académico de referencia donde la construcción de conocimiento histórico riguroso constituyó, y continúa siéndolo, uno de sus principales propósitos. Por otro lado, la formación de excelencia de sus integrantes se vincula fuertemente con la docencia universitaria. Los saberes adquiridos en el proceso de conocimiento científico se vuelcan en la enseñanza universitaria, posibilitando la formación de docentes e investigadores con altas capacidades. Los vínculos entre la universidad y la sociedad pueden adquirir múltiples dimensiones. Sin embargo, una de las obligaciones primordiales de la primera es la de generar profesionales críticos. Y en el ámbito que nos compete, capaces de producir y enseñar conocimiento histórico. Pero no cualquier Historia, sino aquella donde los protagonistas sean hombres y mujeres viviendo en sociedad y que procure, por tanto, una comprensión lúcida del presente.

Notas:

1. March Bloch, La sociedad feudal. Las clases y el gobierno de los hombres, Madrid, Akal, 1987 [1939], Libro II, El gobierno de los hombres, cap. 1. “Las justicias”, p. 94.

2. La Historia cultivada era la historia política que se centraba en las gestas de los grandes hombres y en la construcción de las naciones.

3. annales.ehess.fr

4. Por razones de espacio no podemos referirnos a los debates mencionados ni al desarrollo de otras corrientes historiográficas como el marxismo británico, la nueva historia económica y la microhistoria. Sugerimos la consulta del texto de Enrique Moradiellos, El oficio de historiador, Madrid, Siglo XXI, 2005.

5. Los Dres. Garavaglia y Míguez fueron miembros fundadores del IEHS.

6. El conjunto de publicaciones, tanto libros como los índices del Anuario IEHS que dan cuenta de estas colaboraciones pueden consultarse en el sitio web del Instituto: http://www.unicen.edu.ar/iehs/

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Dra. Melina YANGILEVICH:
Prof. y Licenciada en Historia, UNICEN. Doctora en Historia, UNICEN.  Jefe de Trabajos Prácticos del Área de Historia Argentina en la FCH/UNICEN. Investigadora CONICET. Miembro del IEHS-IGEHCS/CONICET-UNICEN. Secretaria de Redacción del Anuario IEHS.
Contacto: myangilevich [at] gmail [dot] com