5 de julio de 2016

El bicentenario en clave patrimonial, memorias en disputa

Dra. Valeria PALAVECINO y Lic. Yesica AMAYA

El bicentenario de la independencia nos remite por un lado a la memoria de las celebraciones consideradas fundamentales en el proceso de conformar la identidad argentina. Ello nos lleva a reflexionar en torno a dos ejes vinculados claramente entre sí, la construcción de la memoria, y la definición del patrimonio “nacional” en su capacidad de expresar simbólicamente una identidad, en este caso “la identidad nacional”.

En principio, entendemos a las “memorias” como: procesos subjetivos, anclados en experiencias y en marcas simbólicas y materiales; las reconocemos como objetos de disputas, conflictos y luchas; y sabemos que es necesario historizarlas, reconocer que existen cambios históricos en el sentido del pasado (Jelin 2002; 2). En este sentido, la memoria es siempre un campo de disputas, se construye inevitablemente desde el presente, por lo tanto las miradas contradictorias y enfrentadas reflejan las dicotomías del pasado y sobre todo las del presente.

La memoria se construye en torno a los “actos  de  memoria colectiva”, como las conmemoraciones, la construcción de museos, mitos, relatos, etc.; un colectivo (Nación) puede darse las mismas referencias memorialistas aunque no se compartan las representaciones del pasado, esto quiere decir, que cada grupo puede atribuir a las conmemoraciones colectivas significados particulares.

Los museos forman parte del intenso proceso de conmemoración y patrimonialización de los últimos tiempos, los cuales son parte constitutiva de la construcción identitaria de las naciones modernas. El museo se erige como espacio legítimo de la memoria en torno del cual se elabora un relato identitario. En este sentido, y en relación a la noción de patrimonio como monumento, se declara en 1941, Monumento Histórico Nacional el Museo Casa Histórica de la Independencia.

De este modo, el patrimonio estaba formado, fundamentalmente, de “monumentos”, bienes de valor excepcional que referían a la ciencia, la historia nacional o la cultura occidental. Así, en la Argentina se aprueba en 1940 la Ley de Patrimonio Histórico y Artístico (Ley 12.665/40). Esta noción ya estaba arraigada desde mediados del siglo XIX y principios del siglo XX, y hacía referencia fundamentalmente a aquellos bienes que eran emblemas de la cultura occidental o que tenían un valor simbólico, vinculado a los orígenes de la nacionalidad e incentivaban el espíritu patriótico (Endere, 2009). Estos bienes culturales en la mayoría de los casos hacían referencia a bienes inmuebles con características arquitectónicas destacadas. Así puede observarse que los festejos en la histórica Casa de Tucumán comenzaron a realizarse desde la década de 1880.

Los museos, en ese sentido, eran centrales, pues se convertían en reservorios de esos bienes, en protectores y constructores de la identidad en los nuevos estados nacionales. Para el caso latinoamericano, hay que tener en cuenta que el proceso de creación del patrimonio nacional estuvo cruzado por múltiples debates, en donde diferentes concepciones de identidad se disputaron un lugar privilegiado (indigenismo, hispanismo y nacionalismo). No debemos perder de vista que en las décadas de los ´60 y ´70, en Europa, y posteriormente en los Estados Unidos, a la tradicional noción de “monumento” se adicionó la idea de recursos culturales. Esta nueva noción estaba relacionada con la gestión del patrimonio, lo que generó una concepción más amplia y dinámica de lo que se entendía por patrimonio, ya que comprendía no sólo aquello excepcional y extraordinario, sino todo aquello vinculado con la cultural material de un pueblo (Endere, 2009: 21-24).

Hacia finales del siglo XX la crisis del paradigma de la modernidad y el surgimiento de la globalización pusieron en cuestionamiento el modelo de “patrimonios nacionales”, a la vez que dieron paso a una noción de patrimonio más fragmentada, heterogénea y flexible, incorporando una visión pluralista y dinámica del pasado que se extiende hasta décadas recientes, convirtiendo el patrimonio en un magnífico recurso para fomentar y difundir el conocimiento histórico.

A partir del reconocimiento de que el patrimonio cultural material tiene una dimensión inmaterial ineludible, constituido por las memorias asociadas, así como los saberes, tradiciones, conocimientos, etc., que le dan sentido y continuidad a través del tiempo, se comenzó a considerar la importancia que reviste el patrimonio intangible como parte del legado cultural de los pueblos, siendo un hito fundamental en dicho reconocimiento la adopción de la Convención de la UNESCO de 2003.   

La memoria colectiva está presente a través del patrimonio mediante su registro y conservación, el uso de ese patrimonio y sus contextos dan forma a nuestra identidad cultural. Así memoria colectiva y patrimonio se entrecruzan permitiendo que el legado material que los hombres reciben del pasado perdure en el tiempo, a través de vínculos materiales e inmateriales con ese pasado. Sin olvidar, que cada generación realiza su propia lectura sobre esos referentes patrimoniales que recibe, en relación a sus necesidades. Además, debemos tener en cuenta que aquello que consideramos patrimonio cultural no es sino una construcción social, en ella reconocemos la existencia de diferentes visiones y percepciones aún dentro de una misma sociedad, visiones que son susceptibles de cambiar a través del tiempo. Situación relacionada con lo que las personas eligen o eligieron como propio, o que inclusive se les presenta como significativo de su pasado. Es por ello que la transmisión, tanto material como inmaterial, resulta esencial para establecer o restablecer los lazos con el pasado. Pero para que esto sea posible, la comunidad debe conocer ese patrimonio, debe identificarlo, además de construir y reconstruir los diferentes lazos que la unen a él, creando así un sentido de pertenencia e identidad que lo liga a un espacio, a un objeto, a un lugar, etc.

Sin duda, la crisis de los grandes paradigmas de las ciencias sociales, y de la historia en particular, dan lugar a un debate en relación al fraccionamiento de la identidad colectiva producto del cual resurgen las identidades locales y con ellas el interés por las minorías. En pleno proceso de globalización, la contracara paradójica, es el resurgimiento de lo local, lo étnico, lo regional, en el cual las minorías emergen en busca del reconocimiento de sus derechos, colocando en el centro de la escena la voz de los sujetos en su pluralidad. ¿Esto significa un riesgo para la identidad entendida en términos colectivos? Quizás la mayor dificultad reside en haber pensado la existencia de una identidad nacional homogénea y sin conflictos aparentes, que pretende diluir las diferencias, sean estas territoriales, de procedencia,  étnicas, etc.

La llegada del nuevo siglo y con ella la celebración de los 200 años de la Independencia nos encuentra como en aquellos años en pleno debate y en busca de definiciones sobre qué país pretendemos y cuáles serán las bases que darán fundamento al mismo. En un ejercicio de memoria que nos permitirá ir al pasado en busca de ideas y valores que el  patrimonio representará en distintas miradas del mismo, mientras la globalización disuelve los referentes espaciales y cuestiona la territorialización de la cultura.

Así las discusiones actuales han trascendido la vinculación entre ciudadanía y Estado-Nación, dando lugar a la ciudadanía definida como posnacional, trasnacional, e incluso transcultural. Esta coyuntura ha implicado una nueva mirada hacia la identidad nacional de los estados latinoamericanos, en mayor o menor medida, vinculada a repensar la memoria, los olvidos y/o las ausencias, así como el rol legitimador de la historia y los discursos hegemónicos, en dichos procesos. ¿Desde qué parámetros pensar entonces la identidad? Quizás una de las claves para repensar el proceso identitario estaría en una construcción más democrática de la misma. La participación de distintos actores sociales, en tales procesos,  permitirá  que distintas voces no solo se escuchen sino que también tengan la posibilidad de decidir y marcar la agenda del Estado en estas cuestiones. La movilización de la sociedad y la participación en los procesos de selección de referentes patrimoniales que los identifican, permitirá nos solo democratizar el proceso sino también entender que el pleno ejercicio de la democracia se consolida a partir de la participación activa del ciudadano en aquello que hemos denominado Estado-Nación.

Referencias bibliográficas:

Endere, María Luz  (2009) Algunas Reflexiones acerca del Patrimonio. En: Patrimonio, Ciencia y Comunidad. Un abordaje preliminar en los Partidos de Azul, Tandil y Olavarría, editado por M. Endere y J. Prado, UNICEN y Municipalidad de Olavarría, Olavarría.

Jelin, Elizabeth, (2002), Los trabajos de la memoria, Capitulo 2: “¿De qué hablamos cuando hablamos de memorias?”. Madrid, Siglo XXI.

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Dra. Valeria PALAVECINO:
Centro Interdisciplinario de Estudios Políticos, Sociales y Jurídicos (CIEP), Facultad de Ciencias Humanas, UNICEN.
Contacto: valepalavecino [at] yahoo [dot] com [dot] ar
Lic. Yesica AMAYA:
Licenciada  en Historia. Centro Interdisciplinario de Estudios Políticos, Sociales y Jurídicos (CIEP), Facultad de Ciencias Humanas, UNICEN.
Contacto: yesicamaya [at] yahoo [dot] com [dot] ar